viernes, 17 de septiembre de 2010

Bicentenario del Primer Gobierno Nacional


Este será el primer 18 de septiembre que pase fuera de Chile (incluso fuera de Santiago). En un primer momento, siento que no me importa mucho porque, como ocurre con otras fiestas, la celebración parece ser gratuita en lugar de estar vinculada con algo que ocurrió efectivamente alguna vez. Y yo, por cierto, no me satisfago siempre con las acciones infundadas (si bien esto no es una constante), sino que trato de que estas sean deducidas desde hechos concretos. Mientras muchos se conforman con saber que van a celebrar, yo no puedo evitar acordarme de que hay una razón concreta para la celebración y deducir, desde este recuerdo, que tal acontecimiento debiera ser traído a la memoria consciente y colectivamente entre quienes se han reunido. Podría alegarse que no es necesario porque todos lo saben de antemano, pero entonces también podríamos decir lo mismo acerca de la misa y censurar que el sacerdote narre nuevamente, en cada ocasión, el mito de la Última Cena. Las historias hacen que nuestra vida cotidiana tenga sentido y también así los eventos que celebramos. Sin una historia detrás de un evento que es celebrado anualmente en la misma fecha —pues no se trata de una reunión de esparcimiento surgida espontáneamente—, este pierde su sentido y nos hace preguntarnos por qué lo hacemos cada año y si acaso es correcto que sigamos haciéndolo. Será correcto y apropiado, en verdad, mientras recordemos la historia que le da sentido y la narremos efectivamente en el momento de conmemorar el evento.

Ya llevo poco más de dos meses en Canberra y, para mi fortuna, no se han hecho realidad los vaticinios de quienes profetizaron mi deseo de permanecer acá después de haber llegado. He estado sumamente ocupado con la fatigosa tarea de reunir los textos que utilizaré en mi investigación y traducirlos. Fortuitamente, encontré ayer una lista con versiones del mito del Juicio de Paris, entre las cuales había algunas que no tenía registradas: unas veinte aproximadamente. Hoy verifiqué sus ubicaciones y pude recolectar la mitad de ellas: en adelante, trataré de recolectar las demás y de ubicar algunas cuya fuente no he podido descifrar aún. Si bien esto me atrasa con respecto a mi plan inicial de concluir con la recolección y traducción en septiembre, siento que este atraso está justificado por el enorme tiempo que ha demandado la recolección, por mi asistencia a talleres que me ayudan a mejorar mis cualidades como investigador y por las dificultades que he tenido para instalarme en la ciudad (particularmente cuando me mudé de Aranda a la universidad). No obstante, debo reconocer que me resulta muy placentero darme cuenta de que estoy dedicándome por completo a la investigación académica. Hay detalles incorregibles, pero las cosas están saliendo como me gustaría que resultaren.

No puedo dejar de mencionar que el deseo de recordar algo para siempre, como recordamos hoy la constitución del Primer Gobierno Nacional de Chile, muchas veces lleva a que haya quienes pretenden destruir ese recuerdo. Ya desde la Antigüedad, los gramáticos de la Era Helenística o Alejandrina se esmeraban en desmentir a Homero y también la antigua religión griega: esta última tarea fue proseguida por los primeros cristianos, quienes equipararon las historias sagradas (mitos) de la religión antigua con alegorías de la naturaleza para desmentirlas en cuanto a su carácter sacro y verdadero. En la batalla contra los poemas homéricos, Aristarco acusó que la mención del Juicio de Paris al comienzo del canto vigésimo cuarto de la Ilíada era una interpolación, pero la filología del último siglo lo ha desmentido categóricamente. Asimismo, podríamos decir que los empeños de los primeros cristianos fueron desmentidos (indirectamente) por los estudios antropológicos de Lévi–Strauss, quien puso el origen de las historias religiosas en el interior del hombre y no fuera de él de acuerdo con sus investigaciones.

En ocasiones, el discurso parece no bastar y pasa a la acción o, cuando menos, a un llamado hacia la acción. Los más importantes ataques que recibió la Biblioteca de Alejandría contuvieron este mismo origen: o al menos eso es lo que argumentan las fuentes con las que contamos. Y así también estaba inspirada la arenga de los futuristas para quemar las bibliotecas y los museos. Recuerdo que le comenté algo de esto a Marco Antonio, precisamente dos años antes del día en que falleciera, cuando hablábamos del vicio ideológico en la aplicación de criterios estéticos y yo mencioné cómo los futuristas propugnaban nuevas formas de arte, pero se oponían a la revaloración de la cultura romana, lo cual los hacía estar en acuerdo y en desacuerdo a la vez con el gobierno fascista. Pero nuestro tema estaba, inicialmente, en cómo era valorado históricamente el periodo inmediatamente anterior a la constitución del Primer Gobierno Nacional: cuando yo expresé la tradicional interpretación acerca de un periodo adormecido, él me advirtió que son periodos considerados interesantes desde la historiografía más reciente. Luego el tema pasó al fraccionamiento ideológico del Ejército chileno durante la década de 1960 y ahora, sintiendo que quisiera saber algo más acerca de esa interpretación historiográfica distinta para la Historia de Chile durante el siglo XVIII, me abstendría de consultar al respecto porque no quiero tener otro informante.

Borges ha intentado tranquilizarnos diciendo que, por mucho que haya quienes intenten destruir el pasado, este sobrevive y no deja de mostrarnos sus huellas constantemente, pero de todas maneras siento inquietud por aquellos que intentan destruir el pasado. Debe ser porque valoro cada documento y cada pieza de papel que pueda servir como testimonio o evidencia. Creo comprender ahora el aborrecimiento de Raúl Ibáñez hacia Ricardo Lagos a causa, según él mismo me confesó, de que ordenara destruir una infinidad de documentos antiguos que eran guardados en el Archivo Nacional. Las historias no pueden mantenerse en la mera oralidad: hace milenios que necesitamos del documento y la evidencia. Por eso es importante documentar todas las versiones posibles del mito del Juicio de Paris: resulta evidente que muchas se perdieron en los incendios de Alejandría, pero no podemos permitirnos que pase lo mismo con las que conservamos hoy. Porque estos testimonios son tan importantes para la posteridad como puede serlo para uno la conversación que mantuvo con un amigo que ya no está justo dos años antes de que muriera.