viernes, 11 de marzo de 2011

Latinoamérica Occidental

Para mí es inconcebible cuestionar que Latinoamérica pertenezca a Occidente. Sin embargo, recientemente un amigo afirmó precisamente esto: que América Latina no forma parte de Occidente. Así que, bien, ha sembrado una duda y vamos a despejarla. Naturalmente, sostendremos que América Latina sí forma parte de Occidente. Pero nos detendremos a examinar rápidamente qué sean ellos antes de argumentar sobre nuestra tesis.

El nombre de América Latina es una autodenominación: sus primeros usos fueron en castellano y ha sido continuamente más popular en esta lengua. El término se refiere al conjunto de países cuyas regiones fueron colonizadas por españoles o portugueses y que se independizaron de estas potencias. De manera que no se trata de un concepto de significación literal: de ser así, incluiría algunos estados del suroeste de los Estados Unidos, además de Quebec y ciertas islas del Caribe.

Occidente, por su parte, es un complejo cultural que comienza con Homero, es continuado a lo largo de la Grecia Clásica, Roma y la Europa Medival, es expandido durante la Edad Moderna y desemboca ampliamente engrandecido en la Edad Contemporánea. Los criterios para definir qué forma parte de Occidente hoy en día son, sin embargo, diversos: incluyen lo racial, lo político y lo económico antes de que lo estrictamente cultural. Pero nosotros mostraremos que incluso estos criterios están errados cuando pretenden excluir Latinoamérica de los límites de Occidente.

El criterio racial afirma que solamente los caucásicos blancos forman parte de Occidente, entendiendo que los países donde ellos son mayoría integran el bloque occidental. Pero, si examinamos los orígenes de la civilización occidental, deberíamos decir que solamente griegos y latinos podrían formar parte de ella. El hecho de que los germanos hayan sido admitidos como parte integrante de Occidente demuestra la flexibilidad del criterio racial y verifica que se trata de un concepto cultural que puede ser integrado por gente de cualquier raza. Así es como, por ejemplo, no podemos decir que los negros de Estados Unidos tengan una cultura africana porque, de hecho, no la practican: su cultura es Occidental. En Latinoamérica, por cierto, la mayoría de las personas tiene ascendencia indígena. Pero esto no evita que, en lugar de practicar las culturas indígenas, la mayor parte de las personas practique la cultura occidental.

El criterio político señala, básicamente, que las naciones occidentales tienen una organización democrática. Nosotros vemos que los conceptos de asamblea popular y justicia imparcial ya son visibles en Homero. También sabemos que la primera democracia en forma se puso en ejercicio en la Atenas de la Grecia Clásica. Pero el hecho de que la República haya sido reemplazada por el Imperio en Roma (o de que Atenas haya tenido dictaduras y haya fundado su propio imperio anteriormente) no significa que el ideal de organización política haya desaparecido. No se explica de otra manera que después, durante el tiempo de las monarquías europeas, haya habido hombres pensando en un ordenamiento que le quitara el exceso de poder a los reyes para depositarlo en las personas. Tampoco se explica de otra manera que todos los países latinoamericanos hayan tenido o, siquiera, buscado un ordenamiento democrático desde el momento de la Independencia y que lo hayan experimentado incluso durante la Colonia al participar en algunos Cabildos.

El criterio económico indica que solamente los países desarrollados económicamente forman parte de Occidente. Pero el desarrollo económico es algo que no se conoció hasta la Época Contemporánea y nosotros sabemos que Occidente nació durante la Antigüedad. Y, de todas maneras, podemos brindar ejemplos de países occidentales que no estaban desarrollados económicamente hace algunos años (Grecia y España) o de países no occidentales que tienen un gran desarrollo económico (Japón). Por lo demás, Latinoamérica no tiene menos oportunidades que el resto de los países para alcanzar el desarrollo económico: más bien, ha tenido mala fortuna.

Occidente se configura en torno a un conjunto de factores, los más importantes de los cuales son los culturales, puesto que estos levantaron lo que conocemos como cultura occidental en la Antigüedad y se han mantenido a lo largo del tiempo hasta nuestros días. El concepto de lo heroico como actuación excepcional, el desarrollo de la filosofía (y no de una mera gnomología), la valoración de la iniciativa individual (privada). Y también la tendencia a un ordenamiento político participativo, la diversidad religiosa, el uso de lenguas indoeuropeas (reconociendo la relevancia del Griego Antiguo y el Latín).

Latinoamérica, sin duda, ha heredado todos los rasgos esenciales de la cultura occidental. Las culturas aborígenes no fueron desplazadas por la fuerza (como dice la leyenda), sino que cedieron paso ante la riqueza enorme de la occidental. Hay quienes pretenden establecer que Latinoamérica no forma parte de Occidente porque quieren distinguirse de un modelo político o económico; pero están pasando por alto que la cultura occidental se originó hace mucho más de cien años y que el espíritu cultural no se modifica con discursos, sino que se vive día a día en las calles de la polis. Así, encontramos reminiscencias homéricas en las obras literarias (como me comentó Diego) y usamos las letras latinas, hablamos en castellano y practicamos las religiones diversas que nos legaron nuestros padres, si bien también hay ateístas entre nosotros: tal como los hubo en la antigua Grecia. Nuestras ciudades fueron fundadas por los conquistadores y nuestras instituciones son una continuación de aquellas que conocimos durante la Colonia. También imitamos los sistemas políticos que vimos presentes en Europa, porque sentíamos que era parte de nuestra naturaleza practicarlos (pues no basta con que sean “buenos”). Y compartimos los mismos valores que han sido cultivados desde la Antigüedad en nuestra esfera cultural, los cuales no dependen de la ideología, sino que están en nuestro interior a pesar de ella. Si nos quitaran todo esto, ciertamente no seríamos occidentales. Pero tampoco seríamos latinoamericanos.