jueves, 7 de abril de 2016

Humanidades y «neoliberalismo»

Esther Miguel juzga que, «en el marco neoliberal, los estudios sólo sirven en función de sus salidas laborales». Esta afirmación, por cierto, incurre en una presunción errónea y alcanza, consecuentemente, una conclusión equivocada. La presunción errónea es que Japón funcione dentro de un «marco neoliberal». Lo que se ha dado en llamar «neoliberal» es, vagamente, la ausencia de intervención gubernamental en las actividades económicas de las personas. No obstante, esta definición se ajustaría mejor al liberalismo económico y no se aplica a ninguna realidad nacional o internacional de las que funcionan hoy en día. Como el concepto «neoliberal» no se funda en una realidad ocurrente, sino que ha sido construido ex professo para justificar la intervención del gobierno en las interacciones económicas de las personas, se trata de un mero «hombre de paja» y no de un fenómeno constatable en la realidad. Por lo demás, resulta contradictorio que Esther achaque al «neoliberalismo» la recomendación del gobierno japonés para eliminar las carreras de humanidades de las universidades cuando el neoliberalismo se construye, precisamente, desde la ausencia de intervención estatal.

La conclusión de que «los estudios sólo sirven en función de sus salidas laborales» resulta falsa tanto porque está fundada en una premisa falsa cuanto porque no se corresponde con la realidad: las personas no solamente estudian porque quieren acceder a plazas laborales específicas, sino también porque quieren recrearse en la adquisición de conocimientos específicos y de habilidades analíticas e investigativas. Ella misma muestra, por cierto, un conjunto de datos que desmienten que los graduados de humanidades tengan menos oportunidades laborales que los graduados de ciencias —asumiendo generosamente que estamos en un marco «neoliberal».

No vivimos en una economía «neoliberal» ni liberal, sino que fuertemente intervenida por los gobiernos de todo el mundo. Y los estudios pueden servir al propósito que cada individuo les dé: no solamente para acceder a un puesto de trabajo específico.

Desde mi punto de vista, la intervención del gobierno japonés no hace sino demostrar nuevamente lo nefasto que resulta tener al Estado regulando la economía en lugar de dejar que las personas interactúen libremente entre ellas. Si a alguien le preocupan los efectos de esta libertad «excesiva» (otra contradictio in terminis sumamente popular), esta persona manifiesta así lo poco que le importan las personas y lo mucho que le importan las reglas estrictas e inflexibles. El verdadero lugar de los graduados de humanidades en una comunidad económica solamente puede descubrirse cuando dejamos que las personas interactúen libremente entre ellas, no cuando interponemos obstáculos —regulaciones y tributos— en su camino.

El comportamiento económico no difiere del comportamiento humano general: es arbitrario, normado, simbólico y estructurado. Los intentos de controlar este comportamiento —y cualquier otro— no solamente atentan contra la libertad básica de cada persona de adecuarse o no a la norma de las comunidades con las que interactúa, sino que además tienen efectos nefastos sobre el progreso humano general.

Si acaso las carreras de humanidades son útiles o no queda fuera de la discusión cuando consideramos que las interacciones de las personas han de ser voluntarias y no intervenidas por el gobierno: cada uno debería tener la capacidad de resolver si quiere ofrecer o tomar este tipo de carrera. Las mediciones que muestra Esther muestran, por lo demás, que no resulta económicamente perjudicial graduarse en una de ellas.