jueves, 8 de noviembre de 2012

Corrigiendo la tesis

Luego de pasar varias semanas con una jornada de trabajo incomensurable para terminar de escribir mi tesis, finalmente pude concluirla y remitirla por DHL el 05 de octubre recién pasado. En los días que siguieron, me dediqué, entre otras cosas, a preparar la ponencia que leería en el 3er Congreso Internacional de Estudios Griegos organizado por el Centro de Estudios Griegos Clásicos, Bizantinos y Neohelénicos ‘Fotios Malleros’ y el Centro de Estudios Clásicos ‘Giuseppina Grammatico’. La ponencia se refería a la producción ateniense relativa al Juicio de Paris en arte y literatura. Mientras la preparaba, me di cuenta de que hay un par de omisiones y un error en el texto de mi tesis que remití para ser evaluado. Una de las omisiones es una ilustración del trípode ateniense de figuras negras de la 1ra mitad del siglo 6to a.C. en el Museo de Bellas Artes de Lille (número 763), documentado en la página 681,122 bis del Athenian Black-figure Vase-painters de John Beazley (1978). La otra omisión es la referencia a la ilustración número 11 en todas las menciones que hago del artefacto, exceptuando solo la primera. El error, por último, es una referencia que hago al supuesto origen frigio de Dioniso, el cual descarté como dato accidental en algún minuto: al momento de descartarlo, eliminé la primera referencia, pero no advertí que había una segunda que quedó inalterada.

Le narré la situación a Elizabeth, la jefe de mi panel de supervisores, y concordó conmigo en cuanto a que debemos esperar hasta que haya finalizado la etapa de la evaluación, porque no podemos hacer nada por ahora. Por lo que he sabido, las copias de mi tesis aún no han sido despachadas a los evaluadores, si bien estos ya fueron designados. Como alumno de magíster de investigación, mi tesis está sujeta a la revisión de dos evaluadores que no sean parte de la Universidad Nacional Australiana y cuya identidad no me será revelada mientras dure el proceso de evaluación. Yo tengo la opción de sugerir quiénes podrían ser mis evaluadores, pero no podría saber finalmente quién desempeña esta tarea. En efecto, sugerí al menos un nombre: Malcolm Davies, quien es profesor en la Universidad de Oxford y ha escrito dos artículos acerca del juicio de Paris. La Elizabeth me comentó, no obstante, que habían escogido rápidamente un segundo evaluador luego de que el propuesto por ella fuese rechazado: podría tratarse del profesor Davies, pero no tengo los datos suficientes como para saberlo con certeza. De todas maneras, sé que ya tengo evaluadores y que debo esperar un par de meses luego de que hayan recibido mi tesis para que hagan una recomendación en relación con mi programa académico. La recomendación puede ser que 1) me otorguen el grado de magíster de investigación, que 2) me otorguen el grado con la condición de que haga las correcciones requeridas por los evaluadores, que 3) me permitan re-escribir la tesis para que sea examinada de nuevo o que 4) el grado no me sea conferido. Por ahora, pues, espero que la recomendación de los examinadores sea la 2da: esto me dará la oportunidad de enmendar las dos omisiones y el error que ya conozco, además de aquellos que encuentren ellos.

La ansiedad extrema a la que me vi sometido a causa del periodo final de redacción aún hace que sufra de insomnio y tenga problemas para despertar temprano, pero mañana tengo el desafío de hacerlo a toda costa para asistir a una charla de Tzvetan Todorov en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. La clasificación que hace Vladimir Propp del cuento tradicional, cuyo trabajo inspiró la narratología propuesta después por Todorov, resulta fundamental para Davies en su comparación del juicio de Paris con el juicio de Salomón, el tema de su artículo más reciente acerca del juicio de Paris. Es sumamente llamativo que, como lo propone Davies, la estructura típica identificada por Propp de los tres hermanos que encuentran a un ayudante mágico, con los dos primeros (y mayores) insultándolo y el tercero tratándolo amablemente, transmute en un personaje para los tres hermanos y tres personajes para el ayudante mágico en el juicio de Paris: así, Paris ofende a dos de las diosas y alaba a la tercera. La propuesta de Todorov para clasificar los cuentos tradicionales, además, podría ayudar en una clasificación de los videojuegos, asunto sobre el cual trabajo ocasionalmente también desde una perspectiva estructural. Espero que la charla de mañana sea espiritualmente iluminadora, porque temáticamente no está en verdad cerca de mis intereses académicos actuales.

domingo, 29 de abril de 2012

Definiendo la personalidad


El estudio de la personalidad en particular y de la gente en general siempre se me ha hecho poco interesante. Tanto que incluso resulto torpe para definir o describir a grandes rasgos la personalidad de quienes están cerca de mí: más aún de quienes interactúan solo ocasionalmente conmigo. Sin embargo, las preguntas referidas a mi propia personalidad o a la de algunas personas rondan ocasionalmente mi cabeza y me distraen de los asuntos que, en general, la ocupan. Como no es habitual para mí, me resulta sorprendente —a veces hasta el punto del ligero disgusto— que algunas personas con las que interactúo insistan en volver sobre el mismo tema: el de mi personalidad. Más aún considerando que, como dice Hannah Arendt, la personalidad de nadie queda definida completamente sino hasta cuando morimos: solo entonces es posible responder la pregunta acerca de quién es cada uno. Mientras aún existimos, nuestra esencia —carente de definición predefinida— sigue amoldándose a las condiciones propias de nuestra existencia particular, reflejando nuestras acciones y discursos, nuestras circunstancias. Aún así, hay quienes parecen esperar de mí que tenga una clara definición o descripción tanto acerca de mi personalidad como acerca de las ajenas: parecería, pues, que proyecto una imagen de psicólogo o que estas personas asocian mis intereses académicos (humanistas) con un campo disciplinario ajeno (las ciencias sociales).

Uno de esos paréntesis en los que me detuve a pensar acerca de mi propia personalidad tuvo lugar durante el año 2007. Comenzando febrero, nos habíamos mudado con la familia desde Puente Alto a La Florida, luego de haber vivido por nueve años en la casa de Cerro La Silla. El cambio impactó hondamente en mí; pero el proceso de introspección que había iniciado al respecto se vio bruscamente interrumpido por la muerte del Marco, a quien sepultamos penosamente en el Cementerio General, de modo que nunca pude explorar apropiadamente esta dimensión de mis sentimientos. ¿Cómo extrañar un lugar si me he movido con la familia completa hacia otro? Había comentado esta situación con el Diego, caminando frente a la UMCE por Avenida José Pedro Alessandri hacia el paradero en Avenida Grecia, pero después ya no la hablé con nadie más. Y tal parece que el asunto quedó dando vueltas en mi cabeza: recuerdo claramente que, caminando por Duble Almeyda hacia el Oriente, mientras me dirigía al Liceo San Agustín (donde hice mi Práctica Final como Profesor de Castellano), me entretuve en varias ocasiones mirando los edificios e imaginando cómo hubiera sido mi infancia si hubiese crecido en un departamento de esos en lugar de vivir en la casa de mi abuela Ofelia (donde ya ni ella vive a causa de su deteriorada salud). Me crie en la casa de Las Industrias entre 1985 y 1998, cuando nos fuimos a Puente Alto, de modo que presumo que este largo periodo debe haber influido importantemente en mi personalidad de adolescente y adulto. Imaginaba, pues, que viviendo en un departamento de esos que contemplaba al caminar habría tenido muchos amiguitos de mi edad con los cuales nos habríamos juntado en el departamento de uno o de otro para jugar videojuegos. Posiblemente habría jugado más a la pelota: y no solamente para golpear al chiquillo que era dueño de la pelota porque no me dejó participar en el juego, como ocurrió alguna vez, posiblemente en el año 91 o 92.

Y entonces venía la pregunta que nunca he podido contestar y que posiblemente no tenga una respuesta. ¿Cómo sería ahora si hubiese crecido de esa manera? Me resulta una pregunta llena de fascinación e intriga, como si pudiera configurar y conocer otro yo enteramente distinto, aunque de todas maneras igual a mí mismo. Esta cuestión no era nueva por ese entonces: ya antes se la había comentado al Carlos y él me dijo que posiblemente no sería distinto de cómo había llegado a ser por ese entonces. Y, para respaldar su postura, me citó el ejemplo del Eduardo, quien creció en un departamento con varios edificios alrededor y tenía, ciertamente, una forma de pensar y una personalidad muy semejante a las mías: no por nada es mi mejor amigo. El argumento está respaldado por un excelente ejemplo, pero no termina de convencerme. Esa pregunta, además de la reciente mudanza, explicaría por qué volví a hacer rondar las mismas reflexiones y preguntas en mi cabeza otra vez. El atractivo de verme viviendo cuando niño en un ambiente con varios vecinos de aproximadamente mi edad con los cuales podría haber jugado en conjunto, compartido videojuegos e historietas, vivido experiencias valiosas... Estas eran las vagas imágenes que rondaban mi cabeza al caminar junto a esos edificios.

Tengo la impresión de que había intentado escribir acerca de esto el año pasado, antes de viajar a Santiago. Tiene que haber sido antes porque recuerdo que me dediqué a buscar una foto panorámica del sector: encontré una en Flickr y la descargué, guardándola en la carpeta del blog en mi notebook. Y le mencioné a mi papá esta fotografía cuando nos juntamos un día en Irarrázaval con Diagonal Oriente, luego de que yo pasara por la Fiscalía Local de Ñuñoa, mientras tomaba mis vacaciones en Santiago, entre septiembre y octubre del año pasado. Encontré esta fotografía en el Flickr de los corredores de propiedades Amb2: si confiamos en los datos que entregan en otra página (ahora perdida) donde la misma fotografía es reproducida otra vez, esta fue tomada desde el departamento 117 del edificio El Canelo, ubicado en Palqui # 2933. Cabe destacar, no obstante, que todas las reproducciones de la fotografía mencionadas apuntan hacia un solo archivo ubicado en la misma dirección electrónica, que es desde donde aparece reproducida también aquí.




Gentileza de Amb2 Propiedades

La visión de estos bloques de departamentos, pues, puede dar una idea de qué era lo que veía yo al caminar por Duble Almeyda. Se trata de un sector densamente poblado, aunque con abundantes áreas verdes y de esparcimiento. ¿Cómo no iba a ser agradable crecer aquí? Posiblemente no estaría aquí ahora, escribiendo en el blog. Pero no puedo asegurar cuál habría sido mi destino entonces. Tendría otros amigos y otras aficiones, conocería otros lugares y tendría otra impresión de Santiago, hablaría de forma distinta y mis gestos develarían una personalidad otra. Pero las definiciones precisas de estos detalles no pueden ser ni aventuradas con alguna pretensión de veracidad, porque eso nunca ocurrió ni puede ser reproducido fielmente.

jueves, 8 de marzo de 2012

Fidelidad e Ideología


Las relaciones interpersonales dependen de muchos factores. Pero no dudo en establecer que su factor esencial son las emociones y sentimientos que nos conectan con los demás. Estas emociones y sentimientos son personales e incomunicables en la plenitud de su experiencia, de modo que la forma en que se configura cada relación resulta intrazable al fin de cuentas: tratar de diagramar esto es como adivinar lo que alguien sueña observándolo al dormir. Pero, más allá de la posibilidad o imposibilidad de leer las emociones anidadas en el interior de cada hombre, me resulta obvio que nuestras relaciones interpersonales se construyen principalmente sobre ellas: partiendo desde la primera impresión que nos causa cualquier persona. No estaré de acuerdo, por ende, ni tampoco me esforzaré por entender a quien pretende interponer la ideología como criterio al momento de relacionarse con otro. Los sentimientos y las emociones son reacciones anímicas genuinas. Las ideas, en cambio, requieren de una elaboración cuidadosa: por eso hay muchas personas que las descuidan y no las desarrollan. ¡Cuán sabios son! ¡Y cuán necios quienes los desprecian a causa de que «no tienen ideas claras»!

¿Cuándo fue que, con el Eduardo, nos subimos en una micro después de tener un desacuerdo ideológico en el paradero y uno de los dos pagó ambos pasajes? Al menos recuerdo que estábamos vistiendo el uniforme del Liceo y que el desacuerdo en la discusión previa no produjo ninguna respuesta emocional en ninguno de los dos. El hecho de que uno haya pagado ambos pasajes vino a confirmar que la interacción ideológica corría por un riel separado de la emocional. O que la emocional era lo suficientemente fuerte para no dejarse influir por la ideológica. ¿Pero cómo podría, de todas maneras, si las emociones son algo que experimentamos y las ideas son apenas algo en lo que creemos? Las ideas nos son extrañas: no puedo entender que uno juzgue a otro emocionalmente sobre la base de las ideas que expresa. Pensar que las ideas son apropiadas para juzgar al otro es errado. Creer que las ideas son un criterio válido para evaluar intelectualmente al otro refleja una sumisión a las ideas. ¿Acaso no es mucho más grande un hombre que cambia ('traiciona') una y otra vez sus ideas que otro religiosamente fiel a ellas? ¿Acaso no es un zopenco aquel que valora las ideas por encima de lo genuinamente humano?

Si admiro el «mundo sin fronteras» es precisamente porque este es el tipo de mundo que quiero vivir en la realidad. Al menos en lo que respecta a la libertad. Por eso es que admiro Gekiganger 3: ¿no han visto que aparece en el contexto de una lucha por la libertad también? ¿Que el Nadesico zarpa en una misión independiente para involucrarse en la guerra y tratar de terminarla?

Recuerdo la primera vez que pensé en despreciar las ideas en general. El 2001, en el Liceo, sentado en el escaño frente a la Inspectoría General, le comenté al Eduardo lo que había estado pensando la noche anterior: que las ideas no eran más que un estorbo y debían ser despreciadas. Él estuvo, por primera vez, en desacuerdo conmigo. Y me decidí a seguir reflexionando, porque el Eduardo era mi primer (y muchas veces único) filtro para medir la sensatez de las cosas que pensaba. Pero volví a la misma conclusión: las ideas son despreciables porque justifican el sufrimiento de las personas y las agresiones de unos contra otros. Creí que sería necesario dejar de hablar e irse a vivir en el bosque o en la montaña. Asumí como cierta la historia del Sileno revelando la verdad más fundamental del hombre: que lo mejor para él es no haber nacido y, una vez nacido, cruzar cuanto antes el umbral de la muerte. ¿Cómo no creer en esto cuando te das cuenta de que el sufrimiento humano es lo más despreciable que puede haber en el mundo y que los propios hombres lo están propiciando y, peor aún, justificando con complejas ideologías? Esto no puede estar bien nunca de ninguna manera. Y el Eduardo me creyó la segunda vez que le conversé de lo mismo.

La sacralización de la ideología, pues, hace nacer una fidelidad a ella. Y se habla, entonces, de la 'consecuencia' de algunos como algo admirable. En verdad, pocas cosas me producen un rechazo tan inmediato. Porque estos, que son los más fanáticos defensores de las ideologías, son los más entusiastas también cuando se trata de maltratar a otros y de justificar estos apremios. Su locura resulta tan extrema como para justificar dolorosas torturas y múltiples fusilamientos. El extravío de sus mentes los conlleva a elaborar complicadas formas de dirigir las vidas ajenas y de producir un dolor constante en las personas.

Por eso creía que una persona verdaderamente inteligente o noble no podía ser aquella que mantuviera siempre las mismas ideas, sino aquella que cambiara sus ideas. O que al menos no justifique el maltrato de terceros, agregaría ahora.

Siento que es difícil explicar esta aversión a las ideologías si hay quienes me acusan a mí de también mantener una. Pero dudo mucho de esa acusación cuando mis proposiciones tienen más que ver con desechar las ideologías actuales (y pasadas) que con instaurar ideologías nuevas. Hay una especie de esquema fijo en sus mentes: que cualquier oposición a su ideología implica, necesariamente, la proposición de otra con un sistema alternativo que debe ser implementado en reemplazo del imperante. No imaginan que alguien proponga prescindir por completo de sistema alguno. No creen que pueda haber una ausencia de ideología. Su fidelidad irrestricta a la ideología les impide imaginar que puede haber hombres nobles sin una ideología en mente. Porque, hasta ahora, ellos han considerado simplones o limitados a quienes carecen de una ideología. Y, entonces, acusan que su dogmatismo está replicado en los demás y, por lo tanto, todos quedan moralmente inhabilitados para acusarlos de dogmáticos.

Pues bien, yo me propongo dejar de lado todo dogmatismo y respaldar la total ausencia de una ideología que impere sobre quien no cree en ella. Me propongo, así, barrer las ideologías del mundo para que le demos espacio a la persona y su libertad.