viernes, 23 de diciembre de 2016

Ilíada 1.124: la propiedad no es colectiva

Originalmente publicado en El Libertario: 1ra parte, 2da parte y 3ra parte.

οὐδέ τί που ἴδμεν ξυνήϊα κείμενα πολλά

No sabemos que existan en lugar alguno cosas de la comunidad

Estas palabras le dirige Aquiles a Agamemnón en el verso 124to del canto 1ro de la Ilíada. Lo hace porque Agamemnón, previendo que perderá parte del botín obtenido en el saqueo de Tebas (Dardania), solicita que esto que perderá le sea restituido por los otros príncipes aqueos. Al separar el botín, Agamemnón consiguió a Criseida, la bella hija de Crises, sacerdote de Apolo, como parte de su recompensa. Pero Crises, descontento con el destino de su hija, fue a ofrecerle un rescate para recuperarla. Los aqueos, reunidos en asamblea, estuvieron de acuerdo con aceptar el rescate y repartirlo entre ellos. Pero Agamemnón, que era el dueño legítimo de Criseida en ese minuto, no solamente rechazó el rescate de Crises, sino que lo amenazó de muerte en caso de que volviere a verlo merodeando las naves de los aqueos.

Ofendido porque aun después de haber ofrecido un rescate, más impulsado por el poder de los aqueos que por la justicia de ofrecer algo a cambio de lo que legítimamente le pertenecía, Crises le ruega a Apolo que ellos paguen con sus flechas las lágrimas que le hicieron derramar. Atendiendo la solicitud de su fiel sacerdote, Apolo empieza matando algunos mulos y perros. Disuadido por los animalistas, dirige luego sus flechas contra los soldados y estos empiezan a morir en números suficientes como para que Aquiles convoque una asamblea con el fin de que el profeta Calcas, el nieto de Apolo, revelase la causa de la ira del dios. Calcas acepta, pero le pide a Aquiles que lo defienda si alguno de los héroes aqueos se siente ofendido por sus palabras: él sabe que Apolo está diezmando las tropas a causa de que Agamemnón se negó a recibir el rescate de Crises y a devolver a su hija. Agamemnón amenaza a Calcas, en efecto, pero se allana a devolver a Criseida y a ofrecer un sacrificio para Apolo en la ciudad de Crisa.

En este momento, Agamemnón sugiere que, puesto que él está renunciando a su propiedad para salvar al ejército completo, los demás aqueos deberían retribuirle con alguna parte de su botín lo que él está devolviendo. Y entonces Aquiles le pregunta, consternado, «¿Cómo pueden darte otra recompensa los magnánimos aqueos? No sabemos que existan en lugar alguno cosas de la comunidad» (Il. 1.123s). El sentido inmediato de estas palabras es que los bienes repartidos desde el botín constituyen la propiedad de cada uno de quienes recibieron una parte de él y no pueden, por lo tanto, ser repartidos nuevamente.

Las palabras de Aquiles, no obstante, van más allá de esta afirmación e implican que lo propuesto por Agamemnón no solamente sería injusto, sino que resultaría imposible y descabellado. Aquiles hace estas implicaciones, sin duda, para otorgarle mayor fuerza a su argumentación, pero no podemos fundarnos en esta intención para descartar que verdaderamente crea en lo que está implicando. La actitud de Aquiles frente a esta afirmación no es meramente retórica, sino que está en el corazón del poema homérico: él cree en verdad que la propiedad debe ser inviolable y que la transgresión de esta norma es propia de bárbaros incivilizados, como los cíclopes.

Esta actitud, tan vehemente en Aquiles a la vez que transgredida por Agamemnón, se contrapone con el hecho de que la propiedad disputada fue obtenida a través del saqueo. Esta contradicción no es azarosa, sino que ocupa un lugar importante en la estructura de la trama: nos muestra el tránsito desde una sociedad que admite el robo a una que valora más el libre comercio. La valoración del intercambio libre de bienes choca rápidamente con la concepción de que sea aceptable robar, puesto que esta práctica daña de forma directa y visible el comercio.

El saqueo, pues, forma parte de las tradiciones de los aqueos, pero se opone a su nuevo gusto por el intercambio libre de bienes. Un abrupto desarrollo económico les ha permitido tener suficiente producción como para intercambiar y comerciar, pero la rapidez del cambio ha significado que las antiguas prácticas de pillaje subsistan mientras el espíritu comercial aún está permeando la personalidad del heleno arcaico. Esta oposición del carácter antiguo y nuevo resulta fundamental para entender no solamente la Ilíada, sino también la Odisea: en esta, Odiseo participa en tres expediciones de pillaje (dos reales y una ficticia), pero todas fracasan. Sus intercambios comerciales, al contrario, simbolizados en la recepción de regalos que le ofrecen nobles extranjeros como manera de garantizar el comercio libre, resultan exitosos.

En la trama de la Ilíada, la primera ofensa la han cometido los aqueos al sustraer a Criseida y un botín desde la ciudad de Tebas (Dardania). Más atrás en la historia, la misma Guerra de Troya comenzó a causa de que Paris raptó a Helena junto con cuantiosos bienes desde el palacio de Menelao en Esparta. Heródoto parece tratar de exculpar parcialmente a Paris, puesto que comienza diciendo que su rapto formó parte de una serie de raptos de mujeres bárbaras y helenas. Cada rapto implica un robo, que tiene su correlato de bienes muebles explícitamente mencionado en los casos de Criseida y Helena.

Sabiendo que había sido despojado injustamente de su hija, Crises decide ir a reclamarla. Como los aqueos son muchos y están fuertemente armados, Crises hace algo inusual: ofrece un cuantioso rescate a cambio de que su hija sea liberada. Tal como suelen exigir los secuestradores de hoy en día, Crises se adelanta y lleva él mismo una cantidad importante de bienes que compensen lo que los aqueos perderán al devolver a Criseida. Se trata de una lógica delictual, pero Crises está dispuesto a admitirla, puesto que es un hombre práctico y realista a la vez que un padre amoroso y un sacerdote piadoso. Como Agamemnón rechaza el rescate a pesar de que Crises lo ha ofrecido sobre la base de una injusticia cometida por los aqueos, la ofensa se multiplica en el corazón del sacerdote y el valor de su venganza se incrementa en varias vidas humanas: que los aqueos paguen las lágrimas de él con las flechas de Apolo, como ruega, significa no que resulten meramente heridos, sino que varios caigan muertos. Este es el peso del robo que le hicieron.

La asamblea de los héroes aqueos y Agamemnón concuerdan en cuanto a que las vidas de ellos valen más que la posesión de Criseida como una esclava y acceden no tan solo a devolverla, sino que a ofrecer ellos una compensación llevando un sacrificio sobre el altar de Apolo en Crisa. Esta pérdida que sufren se debe, pues, al saqueo que ellos mismos practicaron en primer lugar. Dolido por la pérdida, insatisfecho por las condiciones del rescate y envidioso de los demás héroes que no debieron renunciar a una parte de su botín, Agamemnón exige que sus compañeros de armas reembolsen su menoscabo tanto material cuanto honorífico.

No es la obligación de ninguno, sin embargo, reembolsar a Agamemnón, así como tampoco él estaba obligado a devolver a Criseida en contra de su voluntad. En este punto, Agamemnón muestra su debilidad moral completamente: no solo fue capaz de transgredir el principio de no agresión cuando saqueó la ciudad de Tebas (Dardania) junto con los aqueos, sino que ahora también pretende transgredir el principio de reciprocidad al sostener que él puede negarse a entregar su propiedad cuando se la piden, pero los otros aqueos deben entregarle la suya si él lo exige. Esta actitud indigna de un príncipe es confrontada por Aquiles, el héroe más grande de los aqueos (y de Occidente), quien le hace ver a Agamemnón lo injusto que sería repartir otra vez el botín en vista de que los bienes le pertenecen a cada uno y no al colectivo.

¿Vale más el honor ofendido de Agamemnón, quien está acostumbrado a recibir la mayor parte de los botines, o la propiedad privada de cada uno? El juicio del poema homérico es inconfundible. Este no se expresa solo en Il. 1.124, sino que está en el espíritu de toda la Ilíada y de toda la Odisea y se refleja, además, en los Trabajos y Días de Hesíodo.

El hecho de que Aquiles caiga en la μῆνις — cólera tanto por su honor ofendido cuanto por haber sido despojado de Briseida, esclava que obtuvo del saqueo de Lirneso (Dardania), manifiesta el conflicto que enfrenta la sociedad griega arcaica en su tránsito desde el pillaje hacia el intercambio. Teniendo los recursos suficientes para comerciar, los aqueos han llegado a valorar la propiedad privada como un bien de la gama más elevada, que no puede ser violado ni siquiera en virtud de la ley o las costumbres, representadas aquí en la asamblea. En efecto, Agamemnón enviará después una asamblea con los héroes más excelentes y más cercanos a Aquiles para ofrecerle admirables regalos en compensación por Briseida: al hacerlo, Agamemnón y los demás héroes, quienes presenciaron en silencio el enajenamiento legal perpetrado por este en perjuicio de Aquiles, reconocen que no fue lícito haberle quitado a Briseida, puesto que era de su propiedad.

De la misma manera, la asamblea de Ítaca reconoce ante Telémaco que los pretendientes no deberían consumir los bienes de su casa, aun cuando se fundan en la costumbre del cortejo para hacerlo. Penélope denuncia (Od. 18.274-280) que deberían ser los propios pretendientes quienes llevasen los alimentos que van a consumir mientras la cortejan en lugar de que ellos consuman los bienes disponibles en la casa de la mujer cortejada. Aun cuando, como en la Ilíada, la asamblea de Ítaca se estanca en la inacción mientras Telémaco es despojado diariamente de sus bienes, ella reconoce que el comportamiento de los pretendientes es incorrecto porque abusa de y roba la propiedad de un hombre.

Los Trabajos y Días de Hesíodo confirman el carácter inviolable de la propiedad privada en la concepción griega arcaica por medio de la denuncia que el narrador hace contra su hermano Perses por haber sobornado a los jueces a cambio de obtener una mayor porción de la herencia de su padre. Se trata, como en la Ilíada y la Odisea, de una injusticia perpetrada por medio de la ley y la costumbre, pero reconocida inconfundiblemente como tal por los poetas: la expropiación involuntaria y violenta de la propiedad personal.

Son las propias leyes y costumbres utilizadas para despojar a Aquiles las que fundamentan el ofrecimiento de una compensación por Agamemnón. Para Aquiles, por lo tanto, este ofrecimiento carece de valor, puesto que está fundado en las mismas bases sobre las cuales se levantaron las razones para quitarle a Briseida. El ofrecimiento de Agamemnón, aunque muestra un arrepentimiento honesto, también manifiesta la incomprensión del transgresor en cuanto al tipo de ofensa que llevó a cabo. A Aquiles no solamente le molesta haber perdido parte de su propiedad, la cual sería reemplazada con creces por los regalos que le llevaron, sino que considera inaceptable que su propiedad haya sido tomada en contra de su voluntad y que su honor como guerrero haya sido desconocido al momento de tomarla. Si es posible utilizar la ley y las costumbres para enajenar la propiedad privada, Aquiles ya no quiere saber nada esta ley y estas costumbres, puesto que fueron utilizadas para tocar algo más sagrado que cualquier consenso colectivo: el aparejo personal de un hombre. Por estas razones rechaza la oferta de Agamemnón, aun cuando esta contenía a la propia Briseida: Agamemnón incluso juró solemnemente que no tuvo sexo con ella.

Los griegos arcaicos parecen haber tenido una razón utilitarista para llegar a creer que el pillaje está mal, puesto que este desincentiva y perjudica el comercio. No obstante, los poemas homéricos y hesiódico muestran que esta visión utilitarista fue tomada rápidamente como un principio universal de la moral civilizada: que la propiedad privada debe ser respetada incluso por encima de lo que prescriban la ley y las costumbres. Y esta sentencia está bellamente resumida en el verso 124to del canto 1ro de la Ilíada, en el que Aquiles declara «no sabemos que existan en lugar alguno cosas de la comunidad». Tal lugar, si acaso existe, ha de estar fuera del mundo o poblado no de bárbaros, sino que de bestias incivilizadas que no reconocen la autoridad de los dioses: así como el cíclope Polifemo cuando declara que «¡Oh forastero! Eres un simple o vienes de lejanas tierras cuando me exhortas a temer a los dioses y a guardarme de su cólera: que los ciclopes no se cuidan de Zeus, que lleva la égida, ni de los bienaventurados númenes, porque aun les ganan en ser poderosos» (Od. 9.273-276). No se trata meramente de un estilo de vida civilizado o no, sino de un rasgo tan básico como la condición humana: si lo tienes, respetarás la propiedad privada.

Aquiles termina por aceptar el ofrecimiento de Agamemnón y recibe de vuelta a Briseida junto con otros regalos, pero lo hace porque una calamidad enorme lo ha herido: su amigo y parigual Patroclo ha sido derribado por Héctor en la planicie de Troya y este ha tomado como botín la armadura de Aquiles, que Patroclo llevaba puesta. Ahora Aquiles está ansioso por salir al campo de batalla y atravesar con su lanza a Héctor para vengar la muerte de Patroclo: la amargura de la muerte ha causado que olvide la afrenta de Agamemnón y anhele lavar la tierra con crúor.

Tanto los poemas homéricos cuanto el hesiódico denuncian los atropellos contra la propiedad privada y defienden los nuevos valores de intercambio libre: así se observa en los pacíficos y amistosos intercambios de regalos que son narrados en la Ilíada y la Odisea. También se observa esta actitud en la condena de los jueces «devoradores de regalos» en los Trabajos y Días. Encontré, de hecho, un análisis admirable sobre la concepción de la propiedad privada tanto en Homero cuanto en Hesíodo en la tesis magistral de Nelson Brunsting (2010), «The Primacy of Ownership and the Problem of Plunder in Archaic Greece».

El principio de no agresión, el principio de reciprocidad y el respeto de la propiedad privada están en los fundamentos de una sociedad humana de acuerdo con los poemas homéricos. El padre de Occidente, como lo llamó Karl Reinhardt, no puede estar equivocado en este aspecto: estos son los fundamentos de nuestra civilización, que es la más elevada y la más desarrollada sobre la faz de la tierra. Y lo es, ciertamente, gracias a que reconoce y respeta esos principios. Y las sociedades que han imitado estos principios se han elevado también a su altura y compiten con ella ahora en cuanto al desarrollo y la innovación de sus gentes.

martes, 6 de diciembre de 2016

El polémico cierre de la Universidad de Artes y Ciencias Sociales (ARCIS) en Chile

Originalmente publicado en enpelotas.com.

Hace poco más de un par de años, afirmé que el desfinanciamiento y la intervención fiscal de la ARCIS, una universidad privada en Chile, era una estrategia del Partido Comunista (dueño de la universidad hasta 2013) para justificar la estatización de esta institución y la futura intervención de otras universidades. Esta semana, no obstante, el gobierno informó que la universidad será cerrada y sus alumnos serán reubicados en la Universidad de Chile. Hay quienes consideran injusto que estos alumnos de una universidad mediocre sean matriculados gratuitamente en una de las mejores universidades del país, pero a mí no me preocupa tanto. Me satisface, sin embargo, que mi predicción haya sido errónea.

La primera vez que visité el campus ubicado en Libertad 53 (Santiago), fui a mirar la película «A Clockwork Orange» (Kubrick 1971) junto con mis amigos Carlos y Marco aproximadamente el año 2004. Marco estudiaba en la ARCIS. Se graduó como licenciado en historia y ciencias sociales (BA) y licenciado en educación (BEd). Mientras tanto, colaboró conmigo en el levantamiento de la primera bitácora virtual dedicada al estudio académico de los videojuegos en Chile. El año 2007 había iniciado un magíster en estudios culturales (MA) en la misma universidad, pero falleció inesperadamente en mayo de ese año después de haberse sometido a una cirugía de derivación gástrica. Me encontré con su mamá en el cementerio cuando fui a visitarlo por su cumpleaños, en agosto.

El impacto que causó el deceso de Marco entre sus compañeros de universidad hizo nacer la iniciativa de que se instalare una placa conmemorativa en su honor. Esta placa estaba ubicada en el 4to piso del edificio frontal de Libertad 53, justo afuera de una sala: la vi personalmente el año 2009 acompañado por Diego, quien vive en la vereda de al frente. Cuando había comenzado la crisis de la ARCIS, quise verificar el estado de la placa, así que visité el campus nuevamente el año 2014 y descubrí que solamente restaba el fondo de madera adherido al muro: la cubierta plástica con el texto había desaparecido y se observaban restos de pegamento sobre la superficie del fondo.

Me preocupa, por supuesto, conocer el destino final de este edificio, donde Marco asistió a clases y dictó ayudantías y donde fue cariñosamente recordado con esta humilde placa ahora perdida. Según Josefina de la Fuente (CNN Chile), la venta del inmueble (avaluado en 12 millones de dólares) ha sido infructuosa a pesar de que estaba prevista para este año. A pesar de la incertidumbre actual, espero que será posible negociar con el futuro dueño del sitio para que admita (luego de haber remodelado el lugar) la instalación de otra placa conmemorativa que mantenga viva la memoria de Marco ahí por donde caminó tan a menudo.

El año 2014, cuando verifiqué el estado deteriorado de la placa actual, me había dirigido a la ARCIS para fotocopiar las tesis co-escritas por Marco para obtener sus grados académicos. De hecho, ahora me pregunto cuál será el destino de estos textos, puesto que la universidad será cerrada: si tengo suerte, podría rescatarlos del sino incierto que enfrentan actualmente. Para mí, naturalmente, resulta muy importante conservar la memoria de Marco y los testimonios más relevantes, en este sentido, son los documentos escritos que dejó. Ellos son un tesoro muy preciado porque, más allá de las memorias que cada uno tiene guardadas, los documentos reviven la voz y las ideas del que se fue y lo hacen presente ahora cada vez que lo leemos.

La crisis de la ARCIS y el anuncio de su cierre definitivo remecen suelos dormidos en mi memoria. En seis meses, conmemoraremos una década desde que partió Marco y lamentaremos la desaparición de la institución en la que se formó y recordaremos con amargura el dicho de que «los hombres pasan, las instituciones quedan», atribuido a Jean Monnet. La conservación de la memoria escrita resulta mucho más confiable en realidad.

viernes, 28 de octubre de 2016

Researching outside Academia

Originally published in Medium.com.

I personally know no researcher who intends to do his job and accomplish his career goals outside academia. No one but myself. I do know about independent researchers elsewhere (not in Chile) because I read book reviews noting the affiliation of the reviewer, but have never met one in person. Academia is attractive because it assures a constant income for at least one semester, although for no other reason as far as I am able to observe.

The negative aspects of working inside academia seem to me much heavier — even overwhelming. There is the “publish or perish” problem, which has been sufficiently discussed and showcased. The issues deriving from this one and others not so well known to the public are, nevertheless, as discouraging as itself.


  1. Justifying. When working at a university or applying for funding, you are asked to justify what you aim to research. And, no, you are not allowed to answer honestly, but you are rather expected to ellaborate complicated explanations about how useful your findings will be. Then I wonder since when has research to be useful? What kind of filthy mind could ever believe that research has to be rendered useful? Research pursues no purpose other than satisfying human curiosity!
  2. Planning. You are also asked to present a detailed chronogram of how your research will progress and when will be done. I feel it nearly impossible to predict how much time I shall spend in every project. How am I supposed to report about something I am not certain? Of course I can guess how long it will take me to complete every step in a project, but guessing has little to do with academic research. So this requirement always feels like a waste of time. Ultimately, you may end up writing something that does not fills your own expectations because of the lack of time or, on the other hand, being done much earlier and feeling guilty about how little you have accomplished.
  3. Teaching. Most institutions expect you to teach students, especially undergraduates. Some will even hire you with the only purpose of teaching, so you will not get paid for doing the research these institutions ask you to have done before hiring you. It is like telling you that your worth comes from your research, but you mean nothing if you cannot spend time teaching rather than researching. So you have to fund your research and only then get “rewarded” with the possibility of teaching some lads. From the researcher perspective, however, teaching is a waste of time. Important as it is, for we need to educate the future researchers, every scholar put to teach is taken away from research. It involves not only the sessions in front of often uninterested spoiled children, but also producing documents (syllabi, tests, rubrics) and marking exams. This takes a lot of time.


These are the problems I can think of without much reflection, as immediate examples of the struggle you experience inside academia. My colleagues are all linked to at least one institution and they expect me to “settle down” in a university as well. It is tempting because of the financial stability it offers, but the consequences are far from light. Private teaching has given me, instead, a freedom they cannot dream about, albeit it does not guarantee the financial stability they enjoy. Independent research, on the other hand, lends me more freedom, more time, and less stress. I understand why they have chosen oeconomic tranquillity, but am not convinced of joining them in the castle of Akademos.

lunes, 3 de octubre de 2016

Blair Witch y el mito de Perseo y Medusa

Publicado originalmente en Hijos del Átomo.

El único aspecto interesante de Blair Witch (Wingard 2016) es que actualiza el mito de Perseo y Medusa en las escenas finales. La trama, no obstante, resulta débil y, en lugar de inspirar miedo, no hace más que causar bostezos. No hay mucho más que decir con respecto a esta película, salvo para demostrar las afirmaciones anteriores.

Como proyecto de secuela para The Blair Witch Project (Sánchez 1999), la película promete bastante. Pero toda la ilusión se desmorona a medida que avanza la historia. Uno queda con la sensación de que esta película no tiene otra utilidad que servir como puente entre la anterior y una secuencia interminable de historias en las que unas personas van a buscar a otras desaparecidas anteriormente y se convierten ellas mismas en nuevas desaparecidas: y así hasta el infinito. Esta repetición in aeternum crea, por supuesto, una atmósfera infernal; pero no en la película, sino en las vidas de los espectadores que derrochan su tiempo mirándola.

Aspectos concretos que deberían inspirar temor son el contenido de la cinta hallada por Lane en el bosque de las Colinas Negras, la caída de árboles en el mismo lugar (producto de una fuerza invisible), los símbolos colgados desde los árboles sobre el campamento, el aullido de los lobos, la aparente distorsión espacio-temporal que experimentan los personajes, la fuerza invisible que corta el cuerpo de Talia, arroja la tienda de Ashley y arrastra el cuerpo de ella más tarde, la casa abandonada en medio del bosque y la figura monstruosa que parece incorporar la fuerza invisible mencionada antes. La trama falla en cuanto a establecer un vínculo entre la fuerza invisible y la figura monstruosa. También falla en cuanto a relacionar la fuerza invisible con los eventos atemorizantes. Y falla en cuanto a mostrar claramente los efectos de las intervenciones de esta fuerza invisible. ¿Cómo va a causar miedo así?

Vemos al menos un árbol que ya ha caído, escuchamos que caen árboles (aparentemente) y vemos, por último, que un árbol cae sobre Peter: y no volvemos a saber nada de él. La poca claridad con respecto a por qué los árboles caen y la incertidumbre con respecto al destino de Peter hacen que no haya algo de lo cual asustarse.

Cuando Lane y Talia vuelven, perdidos y sucios y hambrientos, al lugar del campamento, dicen que llevan cinco días tratando de salir del bosque. Pero, aparte de su lamentable aspecto, no vemos nada que respalde esta afirmación: nada de lo que asustarse.

La fuerza invisible parece actuar sobre el árbol que aplasta a Peter, sobre el cuerpo de Talia, sobre la tienda de Ashley y sobre el cuerpo inconsciente de esta. Parece… Como no hay señales concretas con respecto a la presencia de esta fuerza ni claridad con respecto a los efectos de sus intervenciones, no hay algo de lo cual asustarse (otra vez).

En las últimas escenas, cuando Lisa y James están a solas en una habitación de la casa con la figura monstruosa acechándolos, James parece haber descubierto algo interesante: la figura monstruosa no les hará daño si no la miran a los ojos. Una condición que no se aplica durante todo el resto de la película aparece milagrosamente al final para salvar a los protagonistas supervivientes. Por supuesto, James sucumbe a la tentación de mirar, como sucumbió Orfeo con Eurídice, al escuchar la voz de su hermana Heather. Estando sola, Lisa utiliza la cámara de Lane como Perseo utilizó el escudo reflectante con Medusa para ver la figura monstruosa sin correr el riesgo de mirarla directamente a los ojos y perder la vida en consecuencia. No obstante, el mismo truco que condenó a James la condenará a ella cuando cree escuchar la voz de él.

Quizá estas escenas finales salven el honor de toda la película con sus referencias a los mitos de Orfeo con Eurídice y de Perseo con Medusa; puesto que, allí donde no triunfa la virtud, la belleza sirve como último recurso para justificar la existencia.

miércoles, 20 de julio de 2016

Aprendizaje holístico pachamámico

Imagen: Radio Morena

Carlos Magro ha repetido un mantra tan común en educación que seguramente les causa náuseas a todos los que hemos estudiado pedagogía desde que este mantra fue introducido tanto en los programas universitarios cuanto en las directrices gubernamentales: que la educación no debe concentrarse tanto en la transmisión de conocimiento cuanto en el entrenamiento de competencias. El profesor, por supuesto, ya no tiene autoridad en este esquema: él deviene semáforo y nada más.

En una entrevista muy reciente, George Steiner declara que «estoy asqueado por la educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la memoria» justo después de haber dicho que «la poesía me ayuda a concentrarme, porque ayuda a aprender de memoria y yo siempre, como profesor, he reivindicado el aprendizaje de memoria».

El conocimiento, como todos sabemos, es retenido con la memoria. Así que no basta con haber adquirido la habilidad de buscarlo y efectivamente encontrarlo: si no somos capaces de retenerlo, malgastaremos una gran parte de nuestra vida en buscar una y otra vez el mismo conocimiento. Aparte de esta característica básica, el conocimiento memorizado tiene ciertas virtudes, puesto que permite relacionar conceptualmente fenómenos que no parecen vinculados a primera vista y despierta habilidades superiores del entendimiento humano. Esta última afirmación no solamente suena bien, sino que además ha sido respaldada con evidencia científica por la dra Danielle Brimo: ella demostró que la conciencia sintáctica resulta crucial en el proceso de la comprensión de lectura y que esta conciencia sintáctica depende —qué contrariedad— del conocimiento sintáctico.

Cambiar el paradigma educativo —corolario del mantra anterior que no lleva más que al gatopardismo— no es tan sencillo como decir «sale el conocimiento, entran las competencias», puesto que las competencias no pueden —insisto: no pueden— desarrollarse sin conocimiento memorizado con anterioridad.

Argumentan, los defensores del mantra, que el conocimiento está abiertamente disponible en Internet para cualquiera que desee obtenerlo. Y, ciertamente, el conocimiento está ahí. Pero de inmediato nos encontramos con problemas. El conocimiento solamente tiene utilidad cuando está en la memoria de alguien, no cuando está en la memoria de un computador. Por otra parte, los alumnos de enseñanza media —más aún los de básica— son torpes a la hora de buscar y encontrar información en Internet. Claro: los defensores del mantra asumen que, como los niños son «nativos digitales», no enfrentarán ninguna complicación a la hora de buscar y encontrar información en Internet. Pero lo cierto es que estos niños —adolescentes en realidad— no tienen idea de cómo llevar a cabo esta operación básica: ignoran las funciones de Google para buscar frases exactas, para buscar definiciones, para buscar tipos de archivo, para buscar en sitios web específicos, etc. Ellos saben jugar League of Legends (Riot Games 2009), por supuesto, pero no tienen la menor idea de cómo buscar o encontrar información abiertamente disponible en Internet. Y les tengo una mala noticia a los defensores del mantra: los comandos para utilizar esas funciones son más eficientes cuando han sido aprendidos de memoria. Es cierto que pueden ser encontrados al hacer una búsqueda en Google, pero dudo de que nuestros alumnos los hallen.

Quizás a los defensores del mantra les haría bien recordar que nuestra civilización ha sido capaz de llevar hombres a la Luna (y traerlos de vuelta a salvo) sin haber aplicado el cambio de paradigma que ellos tanto anhelan. ¿Cómo es que llegó a ocurrir esta calamidad? Un poco de sentido común nos haría bien ahora: todas las habilidades necesarias para constituir un imperio (Alejandro Magno), para escribir el Quijote y para llegar a la Luna se adquieren al poner en relación conocimientos memorizados. Sin ellos, no vale la pena siquiera intentarlo. Por supuesto, mientras más conocimiento hayamos memorizado, mejor.

También les haría bien saber a los defensores del mantra que no todo el conocimiento de la humanidad está «abiertamente disponible en Internet». No recuerdo alguna medición precisa, pero me atrevería a decir que ni siquiera una tercera parte del conocimiento acumulado por la humanidad está disponible en servidores conectados a la red. Miles de artículos académicos en revistas antiguas (y otras no tanto) nunca han llegado a Internet: con fortuna, alguno podrá estar citado en otro más reciente, pero muchos otros ni siquiera aparecen nombrados. Miles de libros corren la misma suerte: podemos encontrar sus títulos con cierta frecuencia, pero ni una línea de sus contenidos. ¿Quién sino los profesores podrán suplir el espacio en blanco con el que se enfrentan los alumnos en estos casos? No obstante, la administración gubernamental, siguiendo las recomendaciones de los defensores del mantra, nos mantiene marcando rojo, amarillo o verde.

Cualquiera que obtenga conocimientos los podrá aprovechar en el desarrollo de habilidades de acuerdo con sus propias capacidades —porque estas tampoco son idénticas entre un individuo y otro. Ciertamente, es posible mejorar las habilidades de los menos dotados a la vez que perfeccionamos las de los que tienen habilidades innatas: el primer paso para hacerlo, naturalmente, es la transmisión y memorización de conocimiento. ¿Cómo aprenderán los alumnos a distinguir sujeto y predicado si no están al tanto de que ellos conforman un sintagma proposicional y de que el sujeto es un sintagma nominal a la vez que el predicado es un sintagma verbal?

Aparte de difundir ese insensato mantra, Carlos Magro hace algunas afirmaciones desafortunadas, como que las tecnologías están irrumpiendo en los procesos educativos —lo cierto es que ya están plenamente instaladas en ellos y no se ha tratado de una experiencia traumática— o que existe un modelo económico-educativo basado en generar y gestionar la escasez —asumo que habla del modelo aplicado en Venezuela— o que el trabajo en el aula debe ser colaborativo —Hannah Arendt (The Human Condition) aclara que el trabajo es estrictamente individual.

Carlos Magro y los defensores del mantra difundido por él deberían aceptar que no hace falta institucionalizar el «aprender a aprender» o el «aprender haciendo», puesto que estos procesos ya están instalados en nuestra cultura y vienen operando desde hace miles de años: declararlos verbalmente no ha hecho que funcionen mejor. De hecho, ni siquiera la estatización de estos procesos los ha mejorado de alguna manera, a pesar de la enorme propaganda difundida al respecto: quizá el único efecto observable de esta medida sea la creencia dogmática de que el Estado tiene el «deber» de proveer servicios educativos, pero nada más.

jueves, 7 de abril de 2016

Humanidades y «neoliberalismo»

Esther Miguel juzga que, «en el marco neoliberal, los estudios sólo sirven en función de sus salidas laborales». Esta afirmación, por cierto, incurre en una presunción errónea y alcanza, consecuentemente, una conclusión equivocada. La presunción errónea es que Japón funcione dentro de un «marco neoliberal». Lo que se ha dado en llamar «neoliberal» es, vagamente, la ausencia de intervención gubernamental en las actividades económicas de las personas. No obstante, esta definición se ajustaría mejor al liberalismo económico y no se aplica a ninguna realidad nacional o internacional de las que funcionan hoy en día. Como el concepto «neoliberal» no se funda en una realidad ocurrente, sino que ha sido construido ex professo para justificar la intervención del gobierno en las interacciones económicas de las personas, se trata de un mero «hombre de paja» y no de un fenómeno constatable en la realidad. Por lo demás, resulta contradictorio que Esther achaque al «neoliberalismo» la recomendación del gobierno japonés para eliminar las carreras de humanidades de las universidades cuando el neoliberalismo se construye, precisamente, desde la ausencia de intervención estatal.

La conclusión de que «los estudios sólo sirven en función de sus salidas laborales» resulta falsa tanto porque está fundada en una premisa falsa cuanto porque no se corresponde con la realidad: las personas no solamente estudian porque quieren acceder a plazas laborales específicas, sino también porque quieren recrearse en la adquisición de conocimientos específicos y de habilidades analíticas e investigativas. Ella misma muestra, por cierto, un conjunto de datos que desmienten que los graduados de humanidades tengan menos oportunidades laborales que los graduados de ciencias —asumiendo generosamente que estamos en un marco «neoliberal».

No vivimos en una economía «neoliberal» ni liberal, sino que fuertemente intervenida por los gobiernos de todo el mundo. Y los estudios pueden servir al propósito que cada individuo les dé: no solamente para acceder a un puesto de trabajo específico.

Desde mi punto de vista, la intervención del gobierno japonés no hace sino demostrar nuevamente lo nefasto que resulta tener al Estado regulando la economía en lugar de dejar que las personas interactúen libremente entre ellas. Si a alguien le preocupan los efectos de esta libertad «excesiva» (otra contradictio in terminis sumamente popular), esta persona manifiesta así lo poco que le importan las personas y lo mucho que le importan las reglas estrictas e inflexibles. El verdadero lugar de los graduados de humanidades en una comunidad económica solamente puede descubrirse cuando dejamos que las personas interactúen libremente entre ellas, no cuando interponemos obstáculos —regulaciones y tributos— en su camino.

El comportamiento económico no difiere del comportamiento humano general: es arbitrario, normado, simbólico y estructurado. Los intentos de controlar este comportamiento —y cualquier otro— no solamente atentan contra la libertad básica de cada persona de adecuarse o no a la norma de las comunidades con las que interactúa, sino que además tienen efectos nefastos sobre el progreso humano general.

Si acaso las carreras de humanidades son útiles o no queda fuera de la discusión cuando consideramos que las interacciones de las personas han de ser voluntarias y no intervenidas por el gobierno: cada uno debería tener la capacidad de resolver si quiere ofrecer o tomar este tipo de carrera. Las mediciones que muestra Esther muestran, por lo demás, que no resulta económicamente perjudicial graduarse en una de ellas.