viernes, 23 de diciembre de 2016

Ilíada 1.124: la propiedad no es colectiva

Originalmente publicado en El Libertario: 1ra parte, 2da parte y 3ra parte.

οὐδέ τί που ἴδμεν ξυνήϊα κείμενα πολλά

No sabemos que existan en lugar alguno cosas de la comunidad

Estas palabras le dirige Aquiles a Agamemnón en el verso 124to del canto 1ro de la Ilíada. Lo hace porque Agamemnón, previendo que perderá parte del botín obtenido en el saqueo de Tebas (Dardania), solicita que esto que perderá le sea restituido por los otros príncipes aqueos. Al separar el botín, Agamemnón consiguió a Criseida, la bella hija de Crises, sacerdote de Apolo, como parte de su recompensa. Pero Crises, descontento con el destino de su hija, fue a ofrecerle un rescate para recuperarla. Los aqueos, reunidos en asamblea, estuvieron de acuerdo con aceptar el rescate y repartirlo entre ellos. Pero Agamemnón, que era el dueño legítimo de Criseida en ese minuto, no solamente rechazó el rescate de Crises, sino que lo amenazó de muerte en caso de que volviere a verlo merodeando las naves de los aqueos.

Ofendido porque aun después de haber ofrecido un rescate, más impulsado por el poder de los aqueos que por la justicia de ofrecer algo a cambio de lo que legítimamente le pertenecía, Crises le ruega a Apolo que ellos paguen con sus flechas las lágrimas que le hicieron derramar. Atendiendo la solicitud de su fiel sacerdote, Apolo empieza matando algunos mulos y perros. Disuadido por los animalistas, dirige luego sus flechas contra los soldados y estos empiezan a morir en números suficientes como para que Aquiles convoque una asamblea con el fin de que el profeta Calcas, el nieto de Apolo, revelase la causa de la ira del dios. Calcas acepta, pero le pide a Aquiles que lo defienda si alguno de los héroes aqueos se siente ofendido por sus palabras: él sabe que Apolo está diezmando las tropas a causa de que Agamemnón se negó a recibir el rescate de Crises y a devolver a su hija. Agamemnón amenaza a Calcas, en efecto, pero se allana a devolver a Criseida y a ofrecer un sacrificio para Apolo en la ciudad de Crisa.

En este momento, Agamemnón sugiere que, puesto que él está renunciando a su propiedad para salvar al ejército completo, los demás aqueos deberían retribuirle con alguna parte de su botín lo que él está devolviendo. Y entonces Aquiles le pregunta, consternado, «¿Cómo pueden darte otra recompensa los magnánimos aqueos? No sabemos que existan en lugar alguno cosas de la comunidad» (Il. 1.123s). El sentido inmediato de estas palabras es que los bienes repartidos desde el botín constituyen la propiedad de cada uno de quienes recibieron una parte de él y no pueden, por lo tanto, ser repartidos nuevamente.

Las palabras de Aquiles, no obstante, van más allá de esta afirmación e implican que lo propuesto por Agamemnón no solamente sería injusto, sino que resultaría imposible y descabellado. Aquiles hace estas implicaciones, sin duda, para otorgarle mayor fuerza a su argumentación, pero no podemos fundarnos en esta intención para descartar que verdaderamente crea en lo que está implicando. La actitud de Aquiles frente a esta afirmación no es meramente retórica, sino que está en el corazón del poema homérico: él cree en verdad que la propiedad debe ser inviolable y que la transgresión de esta norma es propia de bárbaros incivilizados, como los cíclopes.

Esta actitud, tan vehemente en Aquiles a la vez que transgredida por Agamemnón, se contrapone con el hecho de que la propiedad disputada fue obtenida a través del saqueo. Esta contradicción no es azarosa, sino que ocupa un lugar importante en la estructura de la trama: nos muestra el tránsito desde una sociedad que admite el robo a una que valora más el libre comercio. La valoración del intercambio libre de bienes choca rápidamente con la concepción de que sea aceptable robar, puesto que esta práctica daña de forma directa y visible el comercio.

El saqueo, pues, forma parte de las tradiciones de los aqueos, pero se opone a su nuevo gusto por el intercambio libre de bienes. Un abrupto desarrollo económico les ha permitido tener suficiente producción como para intercambiar y comerciar, pero la rapidez del cambio ha significado que las antiguas prácticas de pillaje subsistan mientras el espíritu comercial aún está permeando la personalidad del heleno arcaico. Esta oposición del carácter antiguo y nuevo resulta fundamental para entender no solamente la Ilíada, sino también la Odisea: en esta, Odiseo participa en tres expediciones de pillaje (dos reales y una ficticia), pero todas fracasan. Sus intercambios comerciales, al contrario, simbolizados en la recepción de regalos que le ofrecen nobles extranjeros como manera de garantizar el comercio libre, resultan exitosos.

En la trama de la Ilíada, la primera ofensa la han cometido los aqueos al sustraer a Criseida y un botín desde la ciudad de Tebas (Dardania). Más atrás en la historia, la misma Guerra de Troya comenzó a causa de que Paris raptó a Helena junto con cuantiosos bienes desde el palacio de Menelao en Esparta. Heródoto parece tratar de exculpar parcialmente a Paris, puesto que comienza diciendo que su rapto formó parte de una serie de raptos de mujeres bárbaras y helenas. Cada rapto implica un robo, que tiene su correlato de bienes muebles explícitamente mencionado en los casos de Criseida y Helena.

Sabiendo que había sido despojado injustamente de su hija, Crises decide ir a reclamarla. Como los aqueos son muchos y están fuertemente armados, Crises hace algo inusual: ofrece un cuantioso rescate a cambio de que su hija sea liberada. Tal como suelen exigir los secuestradores de hoy en día, Crises se adelanta y lleva él mismo una cantidad importante de bienes que compensen lo que los aqueos perderán al devolver a Criseida. Se trata de una lógica delictual, pero Crises está dispuesto a admitirla, puesto que es un hombre práctico y realista a la vez que un padre amoroso y un sacerdote piadoso. Como Agamemnón rechaza el rescate a pesar de que Crises lo ha ofrecido sobre la base de una injusticia cometida por los aqueos, la ofensa se multiplica en el corazón del sacerdote y el valor de su venganza se incrementa en varias vidas humanas: que los aqueos paguen las lágrimas de él con las flechas de Apolo, como ruega, significa no que resulten meramente heridos, sino que varios caigan muertos. Este es el peso del robo que le hicieron.

La asamblea de los héroes aqueos y Agamemnón concuerdan en cuanto a que las vidas de ellos valen más que la posesión de Criseida como una esclava y acceden no tan solo a devolverla, sino que a ofrecer ellos una compensación llevando un sacrificio sobre el altar de Apolo en Crisa. Esta pérdida que sufren se debe, pues, al saqueo que ellos mismos practicaron en primer lugar. Dolido por la pérdida, insatisfecho por las condiciones del rescate y envidioso de los demás héroes que no debieron renunciar a una parte de su botín, Agamemnón exige que sus compañeros de armas reembolsen su menoscabo tanto material cuanto honorífico.

No es la obligación de ninguno, sin embargo, reembolsar a Agamemnón, así como tampoco él estaba obligado a devolver a Criseida en contra de su voluntad. En este punto, Agamemnón muestra su debilidad moral completamente: no solo fue capaz de transgredir el principio de no agresión cuando saqueó la ciudad de Tebas (Dardania) junto con los aqueos, sino que ahora también pretende transgredir el principio de reciprocidad al sostener que él puede negarse a entregar su propiedad cuando se la piden, pero los otros aqueos deben entregarle la suya si él lo exige. Esta actitud indigna de un príncipe es confrontada por Aquiles, el héroe más grande de los aqueos (y de Occidente), quien le hace ver a Agamemnón lo injusto que sería repartir otra vez el botín en vista de que los bienes le pertenecen a cada uno y no al colectivo.

¿Vale más el honor ofendido de Agamemnón, quien está acostumbrado a recibir la mayor parte de los botines, o la propiedad privada de cada uno? El juicio del poema homérico es inconfundible. Este no se expresa solo en Il. 1.124, sino que está en el espíritu de toda la Ilíada y de toda la Odisea y se refleja, además, en los Trabajos y Días de Hesíodo.

El hecho de que Aquiles caiga en la μῆνις — cólera tanto por su honor ofendido cuanto por haber sido despojado de Briseida, esclava que obtuvo del saqueo de Lirneso (Dardania), manifiesta el conflicto que enfrenta la sociedad griega arcaica en su tránsito desde el pillaje hacia el intercambio. Teniendo los recursos suficientes para comerciar, los aqueos han llegado a valorar la propiedad privada como un bien de la gama más elevada, que no puede ser violado ni siquiera en virtud de la ley o las costumbres, representadas aquí en la asamblea. En efecto, Agamemnón enviará después una asamblea con los héroes más excelentes y más cercanos a Aquiles para ofrecerle admirables regalos en compensación por Briseida: al hacerlo, Agamemnón y los demás héroes, quienes presenciaron en silencio el enajenamiento legal perpetrado por este en perjuicio de Aquiles, reconocen que no fue lícito haberle quitado a Briseida, puesto que era de su propiedad.

De la misma manera, la asamblea de Ítaca reconoce ante Telémaco que los pretendientes no deberían consumir los bienes de su casa, aun cuando se fundan en la costumbre del cortejo para hacerlo. Penélope denuncia (Od. 18.274-280) que deberían ser los propios pretendientes quienes llevasen los alimentos que van a consumir mientras la cortejan en lugar de que ellos consuman los bienes disponibles en la casa de la mujer cortejada. Aun cuando, como en la Ilíada, la asamblea de Ítaca se estanca en la inacción mientras Telémaco es despojado diariamente de sus bienes, ella reconoce que el comportamiento de los pretendientes es incorrecto porque abusa de y roba la propiedad de un hombre.

Los Trabajos y Días de Hesíodo confirman el carácter inviolable de la propiedad privada en la concepción griega arcaica por medio de la denuncia que el narrador hace contra su hermano Perses por haber sobornado a los jueces a cambio de obtener una mayor porción de la herencia de su padre. Se trata, como en la Ilíada y la Odisea, de una injusticia perpetrada por medio de la ley y la costumbre, pero reconocida inconfundiblemente como tal por los poetas: la expropiación involuntaria y violenta de la propiedad personal.

Son las propias leyes y costumbres utilizadas para despojar a Aquiles las que fundamentan el ofrecimiento de una compensación por Agamemnón. Para Aquiles, por lo tanto, este ofrecimiento carece de valor, puesto que está fundado en las mismas bases sobre las cuales se levantaron las razones para quitarle a Briseida. El ofrecimiento de Agamemnón, aunque muestra un arrepentimiento honesto, también manifiesta la incomprensión del transgresor en cuanto al tipo de ofensa que llevó a cabo. A Aquiles no solamente le molesta haber perdido parte de su propiedad, la cual sería reemplazada con creces por los regalos que le llevaron, sino que considera inaceptable que su propiedad haya sido tomada en contra de su voluntad y que su honor como guerrero haya sido desconocido al momento de tomarla. Si es posible utilizar la ley y las costumbres para enajenar la propiedad privada, Aquiles ya no quiere saber nada esta ley y estas costumbres, puesto que fueron utilizadas para tocar algo más sagrado que cualquier consenso colectivo: el aparejo personal de un hombre. Por estas razones rechaza la oferta de Agamemnón, aun cuando esta contenía a la propia Briseida: Agamemnón incluso juró solemnemente que no tuvo sexo con ella.

Los griegos arcaicos parecen haber tenido una razón utilitarista para llegar a creer que el pillaje está mal, puesto que este desincentiva y perjudica el comercio. No obstante, los poemas homéricos y hesiódico muestran que esta visión utilitarista fue tomada rápidamente como un principio universal de la moral civilizada: que la propiedad privada debe ser respetada incluso por encima de lo que prescriban la ley y las costumbres. Y esta sentencia está bellamente resumida en el verso 124to del canto 1ro de la Ilíada, en el que Aquiles declara «no sabemos que existan en lugar alguno cosas de la comunidad». Tal lugar, si acaso existe, ha de estar fuera del mundo o poblado no de bárbaros, sino que de bestias incivilizadas que no reconocen la autoridad de los dioses: así como el cíclope Polifemo cuando declara que «¡Oh forastero! Eres un simple o vienes de lejanas tierras cuando me exhortas a temer a los dioses y a guardarme de su cólera: que los ciclopes no se cuidan de Zeus, que lleva la égida, ni de los bienaventurados númenes, porque aun les ganan en ser poderosos» (Od. 9.273-276). No se trata meramente de un estilo de vida civilizado o no, sino de un rasgo tan básico como la condición humana: si lo tienes, respetarás la propiedad privada.

Aquiles termina por aceptar el ofrecimiento de Agamemnón y recibe de vuelta a Briseida junto con otros regalos, pero lo hace porque una calamidad enorme lo ha herido: su amigo y parigual Patroclo ha sido derribado por Héctor en la planicie de Troya y este ha tomado como botín la armadura de Aquiles, que Patroclo llevaba puesta. Ahora Aquiles está ansioso por salir al campo de batalla y atravesar con su lanza a Héctor para vengar la muerte de Patroclo: la amargura de la muerte ha causado que olvide la afrenta de Agamemnón y anhele lavar la tierra con crúor.

Tanto los poemas homéricos cuanto el hesiódico denuncian los atropellos contra la propiedad privada y defienden los nuevos valores de intercambio libre: así se observa en los pacíficos y amistosos intercambios de regalos que son narrados en la Ilíada y la Odisea. También se observa esta actitud en la condena de los jueces «devoradores de regalos» en los Trabajos y Días. Encontré, de hecho, un análisis admirable sobre la concepción de la propiedad privada tanto en Homero cuanto en Hesíodo en la tesis magistral de Nelson Brunsting (2010), «The Primacy of Ownership and the Problem of Plunder in Archaic Greece».

El principio de no agresión, el principio de reciprocidad y el respeto de la propiedad privada están en los fundamentos de una sociedad humana de acuerdo con los poemas homéricos. El padre de Occidente, como lo llamó Karl Reinhardt, no puede estar equivocado en este aspecto: estos son los fundamentos de nuestra civilización, que es la más elevada y la más desarrollada sobre la faz de la tierra. Y lo es, ciertamente, gracias a que reconoce y respeta esos principios. Y las sociedades que han imitado estos principios se han elevado también a su altura y compiten con ella ahora en cuanto al desarrollo y la innovación de sus gentes.

martes, 6 de diciembre de 2016

El polémico cierre de la Universidad de Artes y Ciencias Sociales (ARCIS) en Chile

Originalmente publicado en enpelotas.com.

Hace poco más de un par de años, afirmé que el desfinanciamiento y la intervención fiscal de la ARCIS, una universidad privada en Chile, era una estrategia del Partido Comunista (dueño de la universidad hasta 2013) para justificar la estatización de esta institución y la futura intervención de otras universidades. Esta semana, no obstante, el gobierno informó que la universidad será cerrada y sus alumnos serán reubicados en la Universidad de Chile. Hay quienes consideran injusto que estos alumnos de una universidad mediocre sean matriculados gratuitamente en una de las mejores universidades del país, pero a mí no me preocupa tanto. Me satisface, sin embargo, que mi predicción haya sido errónea.

La primera vez que visité el campus ubicado en Libertad 53 (Santiago), fui a mirar la película «A Clockwork Orange» (Kubrick 1971) junto con mis amigos Carlos y Marco aproximadamente el año 2004. Marco estudiaba en la ARCIS. Se graduó como licenciado en historia y ciencias sociales (BA) y licenciado en educación (BEd). Mientras tanto, colaboró conmigo en el levantamiento de la primera bitácora virtual dedicada al estudio académico de los videojuegos en Chile. El año 2007 había iniciado un magíster en estudios culturales (MA) en la misma universidad, pero falleció inesperadamente en mayo de ese año después de haberse sometido a una cirugía de derivación gástrica. Me encontré con su mamá en el cementerio cuando fui a visitarlo por su cumpleaños, en agosto.

El impacto que causó el deceso de Marco entre sus compañeros de universidad hizo nacer la iniciativa de que se instalare una placa conmemorativa en su honor. Esta placa estaba ubicada en el 4to piso del edificio frontal de Libertad 53, justo afuera de una sala: la vi personalmente el año 2009 acompañado por Diego, quien vive en la vereda de al frente. Cuando había comenzado la crisis de la ARCIS, quise verificar el estado de la placa, así que visité el campus nuevamente el año 2014 y descubrí que solamente restaba el fondo de madera adherido al muro: la cubierta plástica con el texto había desaparecido y se observaban restos de pegamento sobre la superficie del fondo.

Me preocupa, por supuesto, conocer el destino final de este edificio, donde Marco asistió a clases y dictó ayudantías y donde fue cariñosamente recordado con esta humilde placa ahora perdida. Según Josefina de la Fuente (CNN Chile), la venta del inmueble (avaluado en 12 millones de dólares) ha sido infructuosa a pesar de que estaba prevista para este año. A pesar de la incertidumbre actual, espero que será posible negociar con el futuro dueño del sitio para que admita (luego de haber remodelado el lugar) la instalación de otra placa conmemorativa que mantenga viva la memoria de Marco ahí por donde caminó tan a menudo.

El año 2014, cuando verifiqué el estado deteriorado de la placa actual, me había dirigido a la ARCIS para fotocopiar las tesis co-escritas por Marco para obtener sus grados académicos. De hecho, ahora me pregunto cuál será el destino de estos textos, puesto que la universidad será cerrada: si tengo suerte, podría rescatarlos del sino incierto que enfrentan actualmente. Para mí, naturalmente, resulta muy importante conservar la memoria de Marco y los testimonios más relevantes, en este sentido, son los documentos escritos que dejó. Ellos son un tesoro muy preciado porque, más allá de las memorias que cada uno tiene guardadas, los documentos reviven la voz y las ideas del que se fue y lo hacen presente ahora cada vez que lo leemos.

La crisis de la ARCIS y el anuncio de su cierre definitivo remecen suelos dormidos en mi memoria. En seis meses, conmemoraremos una década desde que partió Marco y lamentaremos la desaparición de la institución en la que se formó y recordaremos con amargura el dicho de que «los hombres pasan, las instituciones quedan», atribuido a Jean Monnet. La conservación de la memoria escrita resulta mucho más confiable en realidad.