miércoles, 20 de julio de 2016

Aprendizaje holístico pachamámico

Imagen: Radio Morena

Carlos Magro ha repetido un mantra tan común en educación que seguramente les causa náuseas a todos los que hemos estudiado pedagogía desde que este mantra fue introducido tanto en los programas universitarios cuanto en las directrices gubernamentales: que la educación no debe concentrarse tanto en la transmisión de conocimiento cuanto en el entrenamiento de competencias. El profesor, por supuesto, ya no tiene autoridad en este esquema: él deviene semáforo y nada más.

En una entrevista muy reciente, George Steiner declara que «estoy asqueado por la educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la memoria» justo después de haber dicho que «la poesía me ayuda a concentrarme, porque ayuda a aprender de memoria y yo siempre, como profesor, he reivindicado el aprendizaje de memoria».

El conocimiento, como todos sabemos, es retenido con la memoria. Así que no basta con haber adquirido la habilidad de buscarlo y efectivamente encontrarlo: si no somos capaces de retenerlo, malgastaremos una gran parte de nuestra vida en buscar una y otra vez el mismo conocimiento. Aparte de esta característica básica, el conocimiento memorizado tiene ciertas virtudes, puesto que permite relacionar conceptualmente fenómenos que no parecen vinculados a primera vista y despierta habilidades superiores del entendimiento humano. Esta última afirmación no solamente suena bien, sino que además ha sido respaldada con evidencia científica por la dra Danielle Brimo: ella demostró que la conciencia sintáctica resulta crucial en el proceso de la comprensión de lectura y que esta conciencia sintáctica depende —qué contrariedad— del conocimiento sintáctico.

Cambiar el paradigma educativo —corolario del mantra anterior que no lleva más que al gatopardismo— no es tan sencillo como decir «sale el conocimiento, entran las competencias», puesto que las competencias no pueden —insisto: no pueden— desarrollarse sin conocimiento memorizado con anterioridad.

Argumentan, los defensores del mantra, que el conocimiento está abiertamente disponible en Internet para cualquiera que desee obtenerlo. Y, ciertamente, el conocimiento está ahí. Pero de inmediato nos encontramos con problemas. El conocimiento solamente tiene utilidad cuando está en la memoria de alguien, no cuando está en la memoria de un computador. Por otra parte, los alumnos de enseñanza media —más aún los de básica— son torpes a la hora de buscar y encontrar información en Internet. Claro: los defensores del mantra asumen que, como los niños son «nativos digitales», no enfrentarán ninguna complicación a la hora de buscar y encontrar información en Internet. Pero lo cierto es que estos niños —adolescentes en realidad— no tienen idea de cómo llevar a cabo esta operación básica: ignoran las funciones de Google para buscar frases exactas, para buscar definiciones, para buscar tipos de archivo, para buscar en sitios web específicos, etc. Ellos saben jugar League of Legends (Riot Games 2009), por supuesto, pero no tienen la menor idea de cómo buscar o encontrar información abiertamente disponible en Internet. Y les tengo una mala noticia a los defensores del mantra: los comandos para utilizar esas funciones son más eficientes cuando han sido aprendidos de memoria. Es cierto que pueden ser encontrados al hacer una búsqueda en Google, pero dudo de que nuestros alumnos los hallen.

Quizás a los defensores del mantra les haría bien recordar que nuestra civilización ha sido capaz de llevar hombres a la Luna (y traerlos de vuelta a salvo) sin haber aplicado el cambio de paradigma que ellos tanto anhelan. ¿Cómo es que llegó a ocurrir esta calamidad? Un poco de sentido común nos haría bien ahora: todas las habilidades necesarias para constituir un imperio (Alejandro Magno), para escribir el Quijote y para llegar a la Luna se adquieren al poner en relación conocimientos memorizados. Sin ellos, no vale la pena siquiera intentarlo. Por supuesto, mientras más conocimiento hayamos memorizado, mejor.

También les haría bien saber a los defensores del mantra que no todo el conocimiento de la humanidad está «abiertamente disponible en Internet». No recuerdo alguna medición precisa, pero me atrevería a decir que ni siquiera una tercera parte del conocimiento acumulado por la humanidad está disponible en servidores conectados a la red. Miles de artículos académicos en revistas antiguas (y otras no tanto) nunca han llegado a Internet: con fortuna, alguno podrá estar citado en otro más reciente, pero muchos otros ni siquiera aparecen nombrados. Miles de libros corren la misma suerte: podemos encontrar sus títulos con cierta frecuencia, pero ni una línea de sus contenidos. ¿Quién sino los profesores podrán suplir el espacio en blanco con el que se enfrentan los alumnos en estos casos? No obstante, la administración gubernamental, siguiendo las recomendaciones de los defensores del mantra, nos mantiene marcando rojo, amarillo o verde.

Cualquiera que obtenga conocimientos los podrá aprovechar en el desarrollo de habilidades de acuerdo con sus propias capacidades —porque estas tampoco son idénticas entre un individuo y otro. Ciertamente, es posible mejorar las habilidades de los menos dotados a la vez que perfeccionamos las de los que tienen habilidades innatas: el primer paso para hacerlo, naturalmente, es la transmisión y memorización de conocimiento. ¿Cómo aprenderán los alumnos a distinguir sujeto y predicado si no están al tanto de que ellos conforman un sintagma proposicional y de que el sujeto es un sintagma nominal a la vez que el predicado es un sintagma verbal?

Aparte de difundir ese insensato mantra, Carlos Magro hace algunas afirmaciones desafortunadas, como que las tecnologías están irrumpiendo en los procesos educativos —lo cierto es que ya están plenamente instaladas en ellos y no se ha tratado de una experiencia traumática— o que existe un modelo económico-educativo basado en generar y gestionar la escasez —asumo que habla del modelo aplicado en Venezuela— o que el trabajo en el aula debe ser colaborativo —Hannah Arendt (The Human Condition) aclara que el trabajo es estrictamente individual.

Carlos Magro y los defensores del mantra difundido por él deberían aceptar que no hace falta institucionalizar el «aprender a aprender» o el «aprender haciendo», puesto que estos procesos ya están instalados en nuestra cultura y vienen operando desde hace miles de años: declararlos verbalmente no ha hecho que funcionen mejor. De hecho, ni siquiera la estatización de estos procesos los ha mejorado de alguna manera, a pesar de la enorme propaganda difundida al respecto: quizá el único efecto observable de esta medida sea la creencia dogmática de que el Estado tiene el «deber» de proveer servicios educativos, pero nada más.