domingo, 29 de abril de 2012

Definiendo la personalidad


El estudio de la personalidad en particular y de la gente en general siempre se me ha hecho poco interesante. Tanto que incluso resulto torpe para definir o describir a grandes rasgos la personalidad de quienes están cerca de mí: más aún de quienes interactúan solo ocasionalmente conmigo. Sin embargo, las preguntas referidas a mi propia personalidad o a la de algunas personas rondan ocasionalmente mi cabeza y me distraen de los asuntos que, en general, la ocupan. Como no es habitual para mí, me resulta sorprendente —a veces hasta el punto del ligero disgusto— que algunas personas con las que interactúo insistan en volver sobre el mismo tema: el de mi personalidad. Más aún considerando que, como dice Hannah Arendt, la personalidad de nadie queda definida completamente sino hasta cuando morimos: solo entonces es posible responder la pregunta acerca de quién es cada uno. Mientras aún existimos, nuestra esencia —carente de definición predefinida— sigue amoldándose a las condiciones propias de nuestra existencia particular, reflejando nuestras acciones y discursos, nuestras circunstancias. Aún así, hay quienes parecen esperar de mí que tenga una clara definición o descripción tanto acerca de mi personalidad como acerca de las ajenas: parecería, pues, que proyecto una imagen de psicólogo o que estas personas asocian mis intereses académicos (humanistas) con un campo disciplinario ajeno (las ciencias sociales).

Uno de esos paréntesis en los que me detuve a pensar acerca de mi propia personalidad tuvo lugar durante el año 2007. Comenzando febrero, nos habíamos mudado con la familia desde Puente Alto a La Florida, luego de haber vivido por nueve años en la casa de Cerro La Silla. El cambio impactó hondamente en mí; pero el proceso de introspección que había iniciado al respecto se vio bruscamente interrumpido por la muerte del Marco, a quien sepultamos penosamente en el Cementerio General, de modo que nunca pude explorar apropiadamente esta dimensión de mis sentimientos. ¿Cómo extrañar un lugar si me he movido con la familia completa hacia otro? Había comentado esta situación con el Diego, caminando frente a la UMCE por Avenida José Pedro Alessandri hacia el paradero en Avenida Grecia, pero después ya no la hablé con nadie más. Y tal parece que el asunto quedó dando vueltas en mi cabeza: recuerdo claramente que, caminando por Duble Almeyda hacia el Oriente, mientras me dirigía al Liceo San Agustín (donde hice mi Práctica Final como Profesor de Castellano), me entretuve en varias ocasiones mirando los edificios e imaginando cómo hubiera sido mi infancia si hubiese crecido en un departamento de esos en lugar de vivir en la casa de mi abuela Ofelia (donde ya ni ella vive a causa de su deteriorada salud). Me crie en la casa de Las Industrias entre 1985 y 1998, cuando nos fuimos a Puente Alto, de modo que presumo que este largo periodo debe haber influido importantemente en mi personalidad de adolescente y adulto. Imaginaba, pues, que viviendo en un departamento de esos que contemplaba al caminar habría tenido muchos amiguitos de mi edad con los cuales nos habríamos juntado en el departamento de uno o de otro para jugar videojuegos. Posiblemente habría jugado más a la pelota: y no solamente para golpear al chiquillo que era dueño de la pelota porque no me dejó participar en el juego, como ocurrió alguna vez, posiblemente en el año 91 o 92.

Y entonces venía la pregunta que nunca he podido contestar y que posiblemente no tenga una respuesta. ¿Cómo sería ahora si hubiese crecido de esa manera? Me resulta una pregunta llena de fascinación e intriga, como si pudiera configurar y conocer otro yo enteramente distinto, aunque de todas maneras igual a mí mismo. Esta cuestión no era nueva por ese entonces: ya antes se la había comentado al Carlos y él me dijo que posiblemente no sería distinto de cómo había llegado a ser por ese entonces. Y, para respaldar su postura, me citó el ejemplo del Eduardo, quien creció en un departamento con varios edificios alrededor y tenía, ciertamente, una forma de pensar y una personalidad muy semejante a las mías: no por nada es mi mejor amigo. El argumento está respaldado por un excelente ejemplo, pero no termina de convencerme. Esa pregunta, además de la reciente mudanza, explicaría por qué volví a hacer rondar las mismas reflexiones y preguntas en mi cabeza otra vez. El atractivo de verme viviendo cuando niño en un ambiente con varios vecinos de aproximadamente mi edad con los cuales podría haber jugado en conjunto, compartido videojuegos e historietas, vivido experiencias valiosas... Estas eran las vagas imágenes que rondaban mi cabeza al caminar junto a esos edificios.

Tengo la impresión de que había intentado escribir acerca de esto el año pasado, antes de viajar a Santiago. Tiene que haber sido antes porque recuerdo que me dediqué a buscar una foto panorámica del sector: encontré una en Flickr y la descargué, guardándola en la carpeta del blog en mi notebook. Y le mencioné a mi papá esta fotografía cuando nos juntamos un día en Irarrázaval con Diagonal Oriente, luego de que yo pasara por la Fiscalía Local de Ñuñoa, mientras tomaba mis vacaciones en Santiago, entre septiembre y octubre del año pasado. Encontré esta fotografía en el Flickr de los corredores de propiedades Amb2: si confiamos en los datos que entregan en otra página (ahora perdida) donde la misma fotografía es reproducida otra vez, esta fue tomada desde el departamento 117 del edificio El Canelo, ubicado en Palqui # 2933. Cabe destacar, no obstante, que todas las reproducciones de la fotografía mencionadas apuntan hacia un solo archivo ubicado en la misma dirección electrónica, que es desde donde aparece reproducida también aquí.




Gentileza de Amb2 Propiedades

La visión de estos bloques de departamentos, pues, puede dar una idea de qué era lo que veía yo al caminar por Duble Almeyda. Se trata de un sector densamente poblado, aunque con abundantes áreas verdes y de esparcimiento. ¿Cómo no iba a ser agradable crecer aquí? Posiblemente no estaría aquí ahora, escribiendo en el blog. Pero no puedo asegurar cuál habría sido mi destino entonces. Tendría otros amigos y otras aficiones, conocería otros lugares y tendría otra impresión de Santiago, hablaría de forma distinta y mis gestos develarían una personalidad otra. Pero las definiciones precisas de estos detalles no pueden ser ni aventuradas con alguna pretensión de veracidad, porque eso nunca ocurrió ni puede ser reproducido fielmente.