viernes, 21 de abril de 2017

Traduciendo textos latinos

Originalmente publicado en Globedia.

El último alumno de latín al que le hice clases tiene excelentes habilidades en lo relativo a la intuición lingüística y la conciencia sintáctica, pero tropieza un poco con la morfología. Así que, cuando una traducción fallaba por causa de una incorrecta identificación morfológica de alguna palabra, me remitía al «árbol morfológico» para facilitar el proceso y hacerlo consciente. Por cierto, los procesos mentales suelen ocurrir en mayor medida de manera inconsciente que de manera consciente; pero, cuando estamos aprendiendo procesos mentales nuevos, estos tienen que ejecutarse siempre de manera consciente para que puedan llegar a operar de forma inconsciente una vez que estén integrados en la mente.


El análisis de una palabra con el árbol morfológico empieza con la distinción más básica posible: si acaso esta palabra es flexiva o aflexiva. Técnicamente, las palabras flexivas son aquellas afectadas por categorías gramaticales: caso, género, persona, número, tiempo, modo, voz, aspecto. En términos más sencillos, son aquellas palabras cuya forma cambia: casa-casas, perro-perra, olvido-he olvidado, quien-quienes, etc. La descripción técnica sirve no solamente para conocer estas palabras con precisión, sino también para detectar las excepciones a la explicación sencilla, es decir, aquellas palabras que no cambian su forma a pesar de que estén afectadas por distintas categorías. Esto ocurre con que o cual, que pueden ser masculinas o femeninas y conservar esta misma forma. De hecho, que puede ser singular o plural y no variará. Las palabras aflexivas, en cambio, no están afectadas por categorías gramaticales ni experimentan variaciones en su forma. Estas palabras suelen tener funciones conectantes o adverbiales en el plano sintáctico y clasificarse como adverbios, preposiciones, conjunciones o subjunciones en el plano léxico. Pero, en el aspecto estrictamente morfológico, la distinción de las palabras aflexivas no llega más allá de esto: que son aflexivas.

Las palabras flexivas, siguiendo con el árbol morfológico, se pueden distinguir en nombres y verbos. Los nombres siempre están afectados por las categorías de caso, género y número y a veces están afectados también por la categoría de persona. Los verbos siempre están afectados por la categoría de tiempo y suelen estar afectados también por las categorías de persona, número, modo, voz y aspecto; pero en ocasiones están afectados por las categorías de caso y género. Por ejemplo, el nombre uitam tiene caso acusativo, género femenino y número singular; el verbo habetis tiene tiempo presente, persona segunda, número plural, modo indicativo, voz activa y aspecto imperfectivo; el verbo nasciturus tiene tiempo futuro, caso nominativo, género masculino y número singular. Aunque formalmente es un verbo, puesto que está afectado por la categoría de tiempo, nasciturus puede asumir funciones que asociamos usualmente con los nombres: sujeto, sustantivo o adjetivo. Pero tenemos que entender que estas clasificaciones operan en dimensiones distintas: la forma verbo (en la dimensión morfológica) no implica, necesariamente, que la palabra cumplirá la función de verbo (en la dimensión sintáctica).

La última parte del análisis morfológico implica relacionar las categorías verbales o nominales con una función sintáctica. Así, al analizar los nombres, tenemos que empezar observando si el nombre está regido por preposición o no: si lo está, el caso gramatical no señala una función sintáctica; si no lo está, el caso gramatical indicará una función sintáctica de sujeto (caso nominativo), oración apelativa (caso apelativo), adjetivo genitivo (caso genitivo), objeto indirecto (caso dativo), objeto directo (caso acusativo) u objeto circunstancial (caso ablativo). Al analizar los verbos, debemos detectar si son dependientes, como cuando están introducidos por un conector o están en infinitivo (aunque esta regla no es universal), o independientes y son el núcleo del sintagma verbal en el primer nivel de análisis de un sintagma proposicional autónomo.

Todo este proceso ocurre de forma automática al momento de traducir. Si la traducción falla, no obstante, resulta necesario detenerse y hacerlo paso a paso. Mi alumno se impacientaba cuando esto ocurría, porque quería llegar de inmediato a la integración del proceso en su mente, pero resulta necesario e inevitable recorrer varias veces este camino y replicarlo en muchas situaciones diferentes para conseguir una integración efectiva y una comprensión completa.

Comportamientos dañinos: secretismo

Originalmente publicado en Globedia.

El secretismo funciona como estrategia para ocultar las mentiras y las infidelidades. No se trata de mera defensa de la privacidad, como podría alegarse inicialmente, sino que de una planificación cuidadosa con el fin de ocultar el comportamiento pernicioso. La defensa de la privacidad es, en efecto, un argumento válido y sumamente fuerte. Su carácter justificado puede hacer inexpugnable la defensa de alguien que se encuentra impugnado de haber mentido o engañado. Pero esta misma actitud se revela como mera estrategia cuando tenemos certeza con respecto a los comportamientos deshonestos o infieles. Resulta delicado distinguir entre una circunstancia y otra porque, por un lado, confrontamos la legítima defensa de quien no quiere compartir información personal; por otro, nos encontramos con la reacción visceral de quien se siente descubierto en su fechoría.

Imagen: Mauricio José.

En realidad, una persona nunca pierde el derecho de negar el acceso a la información que maneja (salvo que se trate de un funcionario público). Pero alguien que se aprovecha de esta situación para tratar de negar lo que uno ya sabe está, sin duda, exponiéndose como transgresor. Así que, teniendo conocimiento de que el comportamiento deshonesto o infiel existió en efecto, los intentos del impugnado para negarlo no hacen más que confirmar su veracidad. Un transgresor lo suficientemente cínico o asustado o alterado en su conciencia insistirá, sin duda, en su inocencia. El problema (para él) es que, habiendo certeza con respecto a la mentira o infidelidad, no hay espacio para la controversia, sino solamente para evaluar la extensión del daño. Y este daño, como cualquier otro, amerita ser reparado o compensado.

El transgresor que no admite su falta puede actuar de forma cínica y expresar disgusto en vista de la acusación que recibe. Está consciente de que la impugnación es fundada, pero finge consistentemente que la rechaza y que incluso lo ofende. El transgresor asustado también es consciente y niega haber incurrido en error alguno, pero al mismo tiempo puede volverse violento si se siente acorralado: tal como los perros y otros animales domésticos. El transgresor de conciencia alertada, en cambio, puede no estar verdaderamente al tanto de que cometió una imprudencia: él cree honestamente que no ha hecho nada reprochable ya porque no interpreta así su comportamiento, ya porque no recuerda lo que hizo.

Como el transgresor tenderá, por alguna de las circunstancias recién expuestas, a no colaborar con la resolución del problema que él mismo ha causado, se hace imperioso presionarlo argumentalmente para que lo reconozca y colabore con la subsecuente reparación o, en cambio, buscar soluciones en las que él no participe de manera activa. Nuestro grado de compromiso con el transgresor definirá si decidimos llegar tan lejos.

Como dije arriba, el respeto de la privacidad resulta incuestionable. Sin embargo, el secretismo puede considerarse un síntoma de que la persona está incurriendo en algún comportamiento perjudicial, especialmente cuando se observa de forma reiterada o cuando no se aclara después de un tiempo razonable.

Resulta importante tener en cuenta las implicaciones del secretismo más allá de la falta que podría estar causándolo. Este comportamiento también señala hacia la inmadurez del sujeto, quien se encuentra incapacitado para identificar y comunicar las necesidades emocionales que lo conducen a mentir y engañar. Y señala, además, al carácter limitado de la persona, quien se muestra inhabilitada para hacerse cargo de sus propias decisiones. Una persona libre y madura se reserva el derecho de compartir la información sobre sí misma, pero no acude al secretismo con el fin de escapar de las consecuencias de sus actos en frente de sus iguales. Esta condición, por supuesto, no se aplica cuando el sujeto se enfrenta con organismos estatales, puesto que ellos no obedecen al respeto de la dignidad humana.

Así que el secretismo, aunque no reviste un problema por sí mismo, debe ser observado con atención cuando ocurre a menudo o cuando deja dudas con respecto a su verdadera motivación. Ayudar a quienes lo utilizan como estrategia es un acto de compasión por aquel que necesita madurar y liberarse de sus limitaciones espirituales.

martes, 18 de abril de 2017

Juuni Kokuki: la factura de una reina

Originalmente publicado en Hijos del Átomo.

La serie animada Juuni Kokuki (Ono 2002–3) narra la historia de cómo Yōko Nakajima, una alumna de enseñanza media en el Japón moderno, se convirtió en Keiō, la reina del reino fantástico Kei. En sus 45 epidosios, la serie contiene cuatro ciclos y desarrolla temas como la identidad japonesa, la identidad personal, la condición humana, el destino y la libertad individual.


El 1er (episodios 1–14) y 3er (episodios 23–40) ciclo se asemejan a los dos tránsitos que podemos observar en el Poema de Gilgamesh: de la bestia al hombre y del hombre al héroe. Si bien, en el caso de Juuni Kokuki, sería más apropiado decir del yes man al individuo íntegro y del individuo íntegro al monarca virtuoso. La tímida alumna de enseñanza media que está preocupada de agradarle a todo el mundo se debe transformar en una persona independiente capaz de tomar sus propias decisiones. Desde aquí, debe abocarse a su rol de monarca e impregnarse de la realidad de su reino para convertirse en una soberana respetable.

El 4to ciclo (episodios 41–45) replica el mismo tema del 3ro, sobre cómo un individuo libre se apropia del rol de monarca, contrastando el proceso en dos personalidades diferentes: ambas tienen la motivación de gobernar con justicia, pero una respeta el principio de reciprocidad y la otra no. El mundo de fantasía presentado en Juuni Kokuki es estrictamente jerárquico, pero sus habitantes no ignoran los principios de no agresión y de reciprocidad, sino que aspiran a que ellos sean respetados tanto como los del mundo real.

El 2do ciclo (episodios 15–22) explica los rasgos generales del mundo fantástico en el que tiene lugar la historia y narra la biografía de Taiki (conocido como Kaname Takasato en el mundo «real»), el kirín del reino de Tai. Este ciclo les da sentido a los hechos inexplicables que el espectador ha presenciado en los episodios del 1ro e introduce una trama dedicada a la misteriosa vida del único kirín negro del mundo fantástico.

La serie animada está inspirada en una serie de novelas escritas por Fuyumi Ono y publicadas entre 1992 y 2013. No hay una coincidencia exacta en el orden de los acontecimientos narrados ni en los personajes representados, pero la historia es esencialmente la misma. Con sus 45 episodios, la serie tiene un sentido de unidad completo y no necesita adiciones, pero se dice que existe la intención de dibujar más para continuar representando los eventos narrados en las novelas. No creo que resulte estrictamente necesario, pero se trataría de una adición muy bienvenida en virtud de la calidad de la historia.

El tema de la identidad japonesa se puede observar, sobre todo, en los ciclos 1ro y 2do de la serie. Por una parte, la actitud de Yōko respondía a lo que los demás esperaban de ella: ni siquiera ella misma podría haber descrito su verdadera personalidad, puesto que estaba enteramente focalizada en agradarles a los otros. Este rasgo parece típicamente japonés considerando el esfuerzo que, según me contó al menos uno de ellos, hacen por comportarse de manera cortés. La rigidez de la norma comunitaria relativa a la cortesía hace casi imposible conocer la verdadera personalidad de alguien y esto es precisamente lo que le ocurre a Yōko.

Por otra parte, la desconfianza hacia los extranjeros que muestran los habitantes del mundo fantástico también parece un rasgo nipón. El mundo fantástico de los doce reinos puede conectarse con Japón, llamado Horay, a través de portales mágicos llamados shoku. Los desafortunados japoneses que son atrapados por algún shoku son llamados kaikyakú y aquellos nativos de los doce reinos que fueron concebidos en un árbol (como ocurre en este mundo fantástico), pero nacieron y fueron criados en Horay, son llamados taika. La relevancia de estas distinciones señala lo importante que consideran los nativos la diferencia entre haber nacido en los doce reinos o fuera de ellos. De hecho, los kaikyakú que llegan a los doce reinos son perseguidos o, si no, tienen enormes dificultades para integrarse en la sociedad y para aprender la lengua local. Este es un reflejo de cómo los japoneses se perciben a sí mismos: como una sociedad cerrada que no integra a los extranjeros y cuya cultura es por sí misma excesivamente compleja y excluyente.

El tema de la identidad personal es desarrollado con especial énfasis en los ciclos 1ro y 4to. En el 1ro, Yōko enfrenta temores que yacen en su subconsciente y que la conducen a admitir que no tiene una personalidad propia, sino una máscara para conseguir la aprobación de sus padres, de sus profesores y de sus compañeras de curso. El reconocimiento de este conflicto la hace darse cuenta de que ella les achaca una actitud idéntica a las demás personas, pero lo hace de forma injusta y prejuiciosa. La conciencia que cobra sobre sus problemas la empujan, finalmente, a tomar las riendas de su vida y a actuar no de acuerdo con lo que otros esperan de ella, sino de acuerdo con lo que ella verdaderamente quiere.

En el 4to ciclo, vemos enfrentadas las personalidades de Enō y de Atsuyu, a quien Enō llama su otro yo. Atsuyu se esfuerza por mejorar las condiciones de vida de los habitantes de Gen, una provincia en el reino de En en la cual él actúa como gobernador luego de haber derrocado a su padre. El comportamiento de Atsuyu difere del de Enō, quien intenta reinar benéficamente sobre En, en el sentido de que Atsuyu está dispuesto a incurrir en transgresiones de los principios de no agresión y de reciprocidad con tal de alcanzar sus metas, mientras que Enō respeta estos principios de forma constante. Atsuyu derrocó a su padre por incompetente, pero Enō (cuando aún era Shoryu) no quiso hacer lo mismo con su propio padre a pesar de que también podía achacársele incompetencia en su condición de líder. Mientras que Shoryu perderá todo lo que tiene y su pueblo completo perecerá en Japón, Atsuyu será derrotado y castigado por Enō en los doce reinos. La ambigüedad de estos resultados hace que Enō se cuestione constantemente si acaso Atsuyu no estaría en lo cierto al sostener que resulta admisible transgredir los valores fundamentales con tal de conseguir un fin superior.

En cuanto a la condición humana, Juuni Kokuki no solamente nos muestra cómo Yōko se convierte en una persona libre y verdadera, sino que también nos presenta monstruos domesticados (shirey) capaces de hablar y mitad-bestias (hombres que toman forma de animales y mantienen rasgos antropomorfos) que tienen vidas normales entre las demás personas. El foco parece apuntar a la capacidad de hablar y, a través de ella, de integrarse en la comunidad. Los kaikyakú, por ejemplo, quedan excluidos a causa de su incapacidad de comunicarse efectivamente con otras personas. Los shirey, por su parte, son capaces de comunicarse, pero no integran el mundo más que como siervos de los kirín y los reyes.

El destino de los doce reinos está dominado por lo que llaman «la voluntad del cielo». Esta voluntad se manifiesta en la capacidad exclusiva que tiene el kirín de cada reino para escoger al rey. La voluntad del cielo es una realidad palpable en los doce reinos, puesto que la ausencia de un rey legítimo causa la aparición de monstruos y que el kirín está físicamente impedido de inclinarse ante alguien que no sea el designado por la voluntad del cielo para reinar sobre el territorio específico de su reino. Esto le otorga un carácter trágico a la serie animada por cuanto las personas están atadas a un destino del que no pueden escapar. Esto no significa, sin embargo, que carezcan de la facultad para actuar libremente, aunque le otorga un peso más significativo a la responsabilidad de hacerlo. Un rey que decide abdicar sabe, así, que causará la ruina del reino mientras el kirín no encuentre y designe al siguiente monarca.

El peso de la libertad individual resulta así de visible, por ende, en los doce reinos. Aquel que decide usurpar el trono, oponiéndose a la voluntad del cielo, asume que su decisión chocará estrepitosamente con la realidad de los hechos y terminará atrayéndose el dolor y la muerte. Lo mismo ocurre con quienes osan desafiar a un rey justo. El rey injusto, por su parte, se arriesga a enfrentar una rebelión, como ocurrió en Hou, o a atraer calamidades sobre sus súbditos, como ocurrió en Kou. Pero el ejemplo más patente de ejercicio de la libertad está en la protagonista, Yōko, y su proceso de transformación en Keiō.

Juuni Kokuki resulta atrapante por la fantasía propia de los doce reinos y porque cuenta una historia interesante: sus personajes resultan excepcionales y admirables a la vez que notablemente corruptos. El enfrentamiento tanto interno cuanto externo de la maldad humana es uno de los ejes de la historia y le da un carácter universal a la serie. El hecho de que una misma persona reúna en sí lo más admirable y lo más abyecto de la condición humana puede parecer chocante, pero es parte de la realidad de cada individuo y otorga esperanza con respecto a la capacidad de superación del hombre.

jueves, 13 de abril de 2017

Criterios académicos: cómo nombrar a los expertos

Originalmente publicado en El Quinto Poder.

Cada día, los medios de comunicación citan opiniones de expertos en relación con diversas materias y se refieren a estos expertos como economistas, historiadores, politólogos, etc. Pero resulta que estos expertos, muchas veces, han obtenido una licenciatura o incluso un magíster en el área respectiva, pero no han publicado ningún artículo académico o libro sobre ella. Artículos y libros son los medios tradicionales para presentar nuevos conocimientos e interpretaciones a la comunidad académica y el mundo en general: es importante recalcar que estos textos aportan conocimiento nuevo y que no existía antes de que ellos fueran publicados. No se trata de meras obras de divulgación sobre el conocimiento adquirido anteriormente ni de obras que den cuenta de indagaciones, por amplias que estas sean, sino de documentos que presentan conocimiento ignorado anteriormente para que sea escrutado por el resto de las personas, en particular por otros especialistas e investigadores.


Un licenciado en ciencias económicas y administrativas es un licenciado, sin duda, pero no necesariamente un economista: este nombre debe estar reservado para quien ha colaborado con conocimiento nuevo en el área de la economía (lo cual tampoco exige el grado susodicho). Tampoco suena elegante decirle jurista a un licenciado en ciencias jurídicas si no ha contribuido con conocimiento o interpretaciones inéditas en esta área del saber.

Yo he hecho clases de gramática y fonología, pero no me llamaría un lingüista. Aspiro a calificarme de tal cuando haya hecho alguna contribución en esta disciplina, pero esto no ha ocurrido aún. Sí he publicado, no obstante, artículos acerca de literatura antigua, por lo cual me atrevo sin bochorno a llamarme filólogo: pero estoy consciente de que mi grado de bachiller en filología no basta para calificarme así. Tengo una licenciatura en educación, pero no estoy ni cerca de ser un experto en ciencias de la educación.

No estoy seguro de si las calificaciones atribuidas por los periodistas resultan pretenciosas o meramente inadecuadas, pero detecto el posible error cada vez que las leo. Consideraría más preciso, por cierto, que los periodistas describieran adecuadamente a la persona que tiene un grado académico y a la que ha hecho una contribución en una disciplina específica.

Me parece fundamental, en este respecto, distinguir entre indagación e investigación, por una parte, y entre obras de investigación y obras de divulgación, por otra. La indagación consiste en recopilar información. Hay quienes describen esta actividad como «investigación»; pero yerran gravemente, puesto que la indagación forma parte de una investigación, sin duda, mas no es la investigación. ¿En qué consiste la investigación, entonces? Se trata de producir conocimiento nuevo. Si un artículo o libro no propone interpretaciones nuevas con respecto a algún fenómeno natural o cultural, dedicándose también a discutir otras interpretaciones anteriores relativas al mismo, no puede considerarse como el resultado de una investigación. De manera similar, una obra de investigación ofrece y demuestra conocimiento nuevo, pero una obra de divulgación solamente informa acerca de aquella investigación. El científico (o académico) no es un divulgador, sino esencialmente un investigador. Aquel científico que deviene divulgador lo hace a costa de su condición de científico y, desde mi punto de vista, con perjuicio para la ciencia, puesto que abandona la actividad principal de él: la investigación.

Si hubiera mayor claridad en relación con estos conceptos entre los periodistas, seguramente habría menos atribuciones indebidas con respecto a personas que ellos llaman pomposamente «geógrafos, historiadores, astrónomos, entomólogos», etc.