martes, 8 de enero de 2008

Informe acerca del sistema político del principado bajo Augusto

Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación
Facultad de Historia, Geografía y Letras
Centro de Estudios Clásicos

Cátedra Historia de Roma
Profesor Erwin Robertson
Alumno Cristian Mancilla




INTRODUCCIÓN

El presente informe tiene como propósito referirse suscintamente al sistema político del principado bajo Augusto en el Imperio romano aproximadamente entre los años 31 a.C. y 14 d.C. Llamamos «principado» al sistema político según el cual un hombre que ha efectuado una actuación excepcional en la República de Roma es reconocido públicamente como princeps ciuium y ejerce un poder extraordinario en la dirección del Estado, abarcando las magistraturas más importantes (o los poderes que les corresponden a ellas) de la República. Establecemos las fechas tentativas del 31 a.C. y 14 d.C. porque Augusto falleció durante este año y obtuvo su victoria en Accio contra Antonio en aquél, obteniendo de hecho el poder político sobre la mayor parte de los territorios del Imperio romano.

Los hechos referidos comienzan con la muerte de César, continúan con la alianza de Octavio con el Senado contra Antonio y Lépido, siguen luego con la institución del segundo triunvirato y culminan con la victoria definitiva sobre Antonio en Alejandría y el gobierno unipersonal de Octavio sobre Roma y su Imperio. Intentaremos describir, pues, cómo se desarrolló el sistema político que convirtió a Octavio en Augusto y cómo él administró el Estado después de ser instituido como tal.

Augusto puede ser considerado el primero de los emperadores romanos, puesto que él sentó las bases de la administración del Estado según el tipo de gobierno unipersonal que adoptó. César, probablemente, también pretendió hacerlo, pero su asesinato impidió que desarrollara acabadamente el sistema político que aseguraría la sucesión del poder en manos de una dinastía conformada por los Iulii y los Claudi Marcelli. Augusto pudo evitar la animadversión de la que fue víctima su padre adoptivo y, además, pudo mantener un gobierno firme que asegurara la continuidad del sistema político, mantuviera unido el Imperio y legara una memoria eterna hacia el futuro.

La metodología usada para la recolección de los datos ha sido la revisión y resumen de fragmentos de obras especializadas en torno al periodo que tratamos, considerando a los autores Pierre Grimal y Marcel Le Glay. Para la exposición de los datos, consideraremos, en primer término, una síntesis panorámica de la situación y los hechos generales, continuando luego con cuatro apartados: uno dedicado a la situación en Roma, otro dedicado a la administración de las provincias, otro centrado en la política exterior y un último centrado en algunos aspectos sociales.


SÍNTESIS INTRODUCTORIA

Después de vencer a Antonio y asegurar la reconquista de Oriente, Octavio se hizo con el poder sobre Roma, reunió en torno suyo los restos del partido senatorial y aceptó el título de Augustus, rechazando el de rey: el epíteto Augustus expresa un carácter «feliz», se relaciona con augur, implica buenos auspicios para las cosas comenzadas por el nuevo amo y «aísla» el carácter irreemplazable y casi mágico de la persona real, adquiriendo la otorgación del título el carácter de un nuevo pacto entre la ciudad y los dioses, encarnado en la persona sagrada del príncipe. Durante el medio siglo aproximado del gobierno de Augusto, siempre pareció que no se imponía un sistema político, sino que Roma misma descubría cada vez las soluciones necesarias para sus situaciones, y Augusto supo dar audiencia sabiamente a todas las voces de la comunidad romana sin ahogar ninguna de ellas, al tiempo que poetas y pensadores se encontraron para celebrar el advenimiento de una romanidad imperial. La ambición de Augusto salvó y posibilitó la inmortalidad de la civilización romana: ahora, además, los pueblos dominados van adquiriendo mayor importancia, el Senado ya no es más que un consejo de altos funcionarios, los administradores se han convertido en agentes del gobierno y los jefes militares, en lugartenientes del príncipe. Durante el Imperio de Augusto, fue restablecida la paz, fueron aseguradas las fronteras, fueron pacificadas las provincias y parecía que Roma había alcanzado la mayor extensión posible. En los hechos, todo dependía del emperador, aunque en derecho subsistía la República, lo cual constituye un punto débil del sistema —puesto en tela de juicio con cada cambio de reinado— y Augusto intentó solucionarlo designando distintos sucesores a lo largo de su gobierno: finalmente, al morir en el año 14 d.C., lo sucedería su yerno Tiberio.



LA SITUACIÓN EN ROMA

Cuando murió Antonio y Octavio contuvo todo el poder, no era posible que éste instituyera la dictadura o la monarquía ni que restaurase la República (el sistema de ésta): ella había funcionado durante un siglo con la interposición entre el princeps de hecho y los órganos efectivos del poder, de modo que las decisiones surgían desde una deliberación entre ellos y el princeps, quien es jurídicamente igual a los otros magistrados, pero su auctoritas es debida a su dignitas y a su carisma, las cuales inspiran que ellos sean aclamados imperatores por sus soldados. Otro carisma era el emanado desde los quirites, pues el pueblo era soberano de la vida pública y los tribunos encarnaban su majestad: así que Octavio se atribuyó el poder tribunicio, siendo inviolable desde el 36 a.C. y obteniendo el ius auxilii el 30 a.C. Pero Octavio ejercía también el consulado anualmente desde el 31 a.C. y esta situación no podía perseverar porque el consulado no podía quedar sujeto a las prerrogativas del tribunado. El Senado conservaba la tradición republicana y el problema consistía en asociar su organización oligárquica con el poder efectivo. Pero Octavio le entregó el Estado al Senado y al pueblo de Roma el 13 de enero del 27 a.C., admitiendo solamente la gobernación proconsular de España, Galia y Siria.

No obstante, el Senado decidió otorgar el título de Augustus a Octavio, reconociendo su auctoritas y expresando su naturaleza sagrada y ubicándolo por encima de la ciudad; renombró Augustus el mes Sextilis, le permitió plantar un laurel frente a su casa y le concedió un escudo de oro en la curia.

En los hechos, Augusto siguió detentando un gran poder: poseía el imperium proconsular, sólo tres provincias (aparte de las suyas) dependientes del Senado tenían ejército, es cónsul todos los años, designando a sus amigos para ocupar el otro cargo: Agripa (28 y 27 a.C.), Tito Statilio Tauro (26 a.C.), Marco Junio Silano (25 a.C.) y Cayo Norbano Flaco (24 a.C.); en el 23 a.C., se producirá otra crisis que modificará el sistema de gobierno.

El 23 a.C., el cónsul Aulo Terencio Varrón Murena fue descubierto como conspirador contra Augusto y muerto: esto señala que un amigo de Augusto podía odiar el nuevo régimen. Augusto enfermó y, creyendo que moriría, le entregó los asuntos secretos de la administración al nuevo cónsul Calpurnio Pisón y su anillo “principial” a Agripa, dividiendo al Estado entre las cuestiones públicas y lo propio del príncipe. Pero Augusto sobrevivió y tomó la decisión de separar la casa del príncipe y las magistraturas, renunciando al consulado (nombra a Lucio Sestio) y conservando su poder tribunicio y revistiéndose del imperium consular en todo el Imperio y también en Roma, lo que implicó la presencia de fuerzas armadas en la Vrbs. Esto no resolvía la permanencia en y la sucesión del poder imperial: entonces Agripa fue designado para representar a Augusto “más allá del mar Jónico”. Marcelo era el sucesor con el que Augusto pretendía asegurar la dinastía de los Iulii con los Claudii Marcelli y reconciliar a la oligarquía con la gens elegida, pero aquél falleció el mismo 23 a.C. Este año es importante porque la literatura (Odas de Horacio, Elegías de Propercio y el canto VI en la Eneida de Virgilio) hizo tomar conciencia a la élite y esto coincidió con un hondo temor ante la amenaza de carestía en el pueblo romano, el cual impidió que Augusto marchara hacia Oriente y le ofreció la dictadura o el consulado vitalicio, pero él rechazó estos cargos y siguió actuando como un protector y solucionó la escasez con una praefectura annonae encargada de atender los servicios (quitándole esta función al Senado), financiándose con sus recursos personales: el fiscus. Las finanzas del Imperio fueron divididas en el fiscus y el aerarium Saturni: éste era administrado por dos pretores (desde el 23 a.C.) y recibía los ingresos de las provincias senatoriales; aquél recibe ingresos desde provincias o dominios imperiales o desde monopolios fiscales y es administrado por procuradores surgidos desde el orden de los caballeros, quienes ejercerán sus competencias habituales en favor del príncipe y recorrerán un cursus de procuradores, satisfaciendo su sentimiento de dignitas. Las Odas de Horacio y el libro VI de la Eneida muestran que Roma no traiciona su pasado con estos acontecimientos, sino que recupera su verdadero aspecto, alcanzándose una esperada Edad de Oro con Augusto: el nuevo ciclo comenzará el 17 a.C. Augusto había convertido a Agripa en su yerno el 22 a.C. y el 17 adoptó a los dos hijos que él tuvo con Julia: esto impedía que Agripa sucediera a Augusto, pero su imperium consular fue aumentado el 18 a.C. y, además, le fue conferido el poder tribunicio por cinco años.

Augusto rechazó una «curatela de las costumbres y de las leyes», pero igualmente dictó la Lex Iulia de maritandis ordinibus y la Lex Iulia de adulteriis el 18 a.C., con las cuales buscaba evitar la disminución de familias con rango senatorial y la mezcla de sangres, pues los romanos consideraban que la italica pubes conformaba una raza elegida y Horacio estimaba que muchas romanas casadas se entregaban a los ricos negociantes provincianos. El libertinaje de algunos senadores y sus hijos amenazaba la estabilidad de la clase dirigente, de modo que la Lex Iulia de maritandis ordinibus creaba privilegios para los padres de tres o más hijos a la vez que sanciones para los solteros «pertinaces». Al mismo tiempo, se limitaron las consecuencias de las manumisiones y se manifestó una tendencia al inmovilismo en la política de Augusto. Él no era un hombre doctrinario ni un ideólogo, sino que impovisa de acuerdo a la situación y considerando ciertas influencias personales, de modo que —ante una ciudad entregada al poder de uno solo— utilizó a Roma tal como ella era y medió entre un pueblo ávido de justicia y una aristocracia infiel a su misión: él salvó y contribuyó a formular más claramente la idea romana.



ADMINISTRACIÓN PROVINCIAL

Hasta ahora, las provincias habían sido consideradas como inagotables fuentes de beneficios, pero con el principado comienza una era de estabilidad e integración con el Imperio. Hasta la batalla de Accio, las provincias no tienen otro rasgo común que el depender de la autoridad y la ley de Roma; durante la República, nadie habría pensado en una organización uniforme para ellas, puesto que cada una había entrado en condiciones peculiares a la comunidad romana. El Imperio se distingue entre un Occidente “barbárico” y un Oriente de vieja cultura: en éste se habla griego —la lengua de la cultura— y en aquél se observa el progreso del latín ante el retroceso de las lenguas vernáculas. Esta dualidad significa problemas distintos en uno y otro sector y los romanos no uniformaron, aunque sí utilizaron el mismo personal dirigente; pero en uno y otro lado se compartía el ideal de la ciudad, en torno a la cual se unificará el Imperio.

Antonio había recorrido Oriente como un rey, cediendo a sus tentaciones, pero Octavio se preocupó por mantener el equilibrio tradicional en el Imperio. Egipto era un reducto monárquico y Cleopatra, símbolo de la realeza, de modo que ella no podía permanecer en el trono ni ser reemplazada por un rey vasallo, aunque tampoco era posible extirpar la monarquía desde Egipto. Entonces Octavio decidió que él mismo sería rey de Egipto, pero que un praefectus —Cornelio Galo—, considerado «amigo del rey» por los egipcios, lo substituiría: así el príncipe no se contagiaría de realeza. Aunque Galo cayó en desgracia el 27 a.C. —acusado de atraerse los honores reales—, fue sucedido por otros praefecti y la máquina administrativa montada por los Lágidas continuó funcionando, aunque con Egipto como un Reino cerrado sobre sí mismo. Esta solución se ceñía al principio de conservar la forma de gobierno en el pueblo conquistado, aunque la mayor parte de los territorios orientales quedó dividida en provincias; aun cuando la libertad de las ciudades estaba protegida y limitada por el Senado, el recurso al Senado tendió a ser substituido por una apelación directa al príncipe, considerado protector y árbitro supremo, a pesar de que esto ocurre al margen del estatuto jurídico. Las diferencias en los estatutos de las ciudades y las personas ocasionaban situaciones complejas que podían ser resueltas por el príncipe: así, Augusto intervino en Cirene el 6 a.C. con un edicto para decidir que los 215 ciudadanos romanos domiciliados allí no estarían exentos de los impuestos locales, salvo por decisión especial de la administración romana. Probablemente para remediar esta dificultad, Augusto favoreció la formación de ligas entre las ciudades menos importantes: así surgieron la Liga de los laconios libres, la Liga aquea, la Confederación tesalia y la Liga macedónica. Estas ligas eran organismos supranacionales dedicados a conocer los asuntos comunes de ciudades unidas por lazos históricos, raciales, religiosos o geográficos que celebraban asambleas donde se formaban movimientos de opinión y era importante que el príncipe tuviera sus agentes.

Occidente había permanecido al margen de la guerra civil: en España, hubo sublevaciones indígenas y una gran revuelta el 52 a.C. en la Galia, pero la guerra colectiva contra Roma había pasado. En África, César había vencido al ejército pompeyano y al rey Juba I y luego formó una Africa Noua junto a la Africa Vetus y cedió las regiones ocupadas por tribus nómadas a Boco, rey de Mauritania. Augusto conservó esta organización, incluyó toda la Numidia en la provincia de África y cedió el Reino de Mauritania a Juba II (hijo del primero): este rey civilizó, helenizó y pacificó el Oeste africano. Galia y España fueron incluidas sólo en provincias por razones geográficas, pero igualmente la Hispania Vlterior fue dividida en las provincias Bética y Lusitania y la Hispania Citerior fue renombrada Tarraconense, mientras que en Galia se mantuvieron las divisiones de César con las provincias Aquitania, Céltica (Lugdunensis) y Bélgica, aunque con variaciones territoriales. El 43 a.C., Munacio Planco fundó Lyon, ciudad proyectada por César e instituida en centro nacional de Galia: desde el 12 a.C., cada 1ro de agosto se reunían delegados de las ciudades de las provincias galas para celebrar un sacrificio ante el altar de Roma y Augusto y una asamblea; también en Lyon funcionaba un consejo constitudo por un inquisitor Galliarum, un iudex arcae Galliarum y un allectus, quienes representaban a Galia y transmitían al príncipe los deseos de las ciudades. Hubo una institución similar en Hispania con un altar en Tarraco, aunque sin revestir un carácter federal.

El culto dedicado a Augusto es un fenómeno generalizado y con causas particulares en cada lugar, aunque es posible decir que surge espontáneamente desde muchedumbres entusiastas y que será uniformado en torno al Genius Augusti y confiado a libertos y gentes humildes. Este culto había comenzado antes de Accio y luego se extendió, adoptando las formas tradicionales de la monarquía en Oriente e introduciéndose el nombre Octavio en el canto de los salios; se rinde culto, sobre todo, a las potencias benéficas que lo rodean: la Victoria, la Fortuna, la Pax Augusta (con un altar en el Campo de Marte el 13 a.C.), la Concordia, la Securitas, la Justicia, etcétera; luego se crearon colegios de seis miembros (seuiri augustales) para celebrar el culto del Genius asociado a los Lares. Augusto era, pues, mediador de lo divino y estaba destinado a una divinización total después de su muerte.



POLÍTICA EXTERIOR

Augusto intentó precisar la forma y límites del mundo: al Norte estaban los hielos; al Sur, el caluroso Sahara; al Oeste, el Océano; el verdadero problema era el Este y por ello se organizaron expediciones para definir rutas hacia India o reunir datos que esclarecieran la política exterior. Con la paz restituida en el Imperio, era posible atender aquello que lo rodeaba y pueden distinguirse cuatro grandes «sectores» en el mundo bárbaro: Germania, los países de los dacios, los países de los escitas y el imperio parto.

Las delimitaciones provinciales solían ignorar los imperativos geográficos: Augusto intentó resolver las dificultades en los sectores más importantes y, queriendo consolidar la bisagra entre provincias orientales y occidentales, notó la vulnerabilidad de la península itálica y se propuso corregirla asegurando, en primer término, la paz en España y Galia. También se decidió pacificar las regiones de los Alpes: el 16 a.C., Publio Silio Nerva pacificó los valles entre el lago de Garda y la Venecia Julia; en el 15 a.C., Druso se dirigió al valle del Inn y fue alcanzado por Tiberio y lucharon contra los montañeses de Vindelicia junto al lago de Constanza el 1ro de agosto; entonces Augusto creó las provincias de Retia y Nórico, protegiendo las vías de acceso hacia Italia. Luego fueron pacificados los Alpes del sur, creándose la provincia de los Alpes marítimos y un reino de los Alpes Cotios: el 6 a.C. se alcanzó la pacificación total de las rutas entre Galia e Italia, lo cual fue conmemorado con un trofeo en el punto más alto de la ruta costera. La guerra de Panonia, dirigida por Agripa y Tiberio entre el 13 y el 9 a.C., tenía los objetivos de comunicar Viena con Macedonia más directamente y de dominar más firmemente los países montañosos y resultó en la creación de las provincias de Panonia y Mesia. Resueltos esos asuntos, restaba la amenza de los germanos sobre Galia: durante algún tiempo, no hubo más que escaramuzas, pero el 16 a.C. los germanos vencieron al legado Marco Lolio y, cuatro años más tarde, Augusto organizó una operación de gran envergadura contra Germania bajo la dirección de Druso. Él logró importantes triunfos, pero murió el 9 a.C. y fue reemplazado por Tiberio, quien terminó de conquistar Germania tres años después. Pero la provincia de Germania sería efímera, pues en Bohemia había surgido el próspero reino de Maroboduo, que no pudo ser reducido a causa de la sublevación del Ilírico, y más tarde (9 d.C.) se produjo el desastre de Varo, cuyas legiones fueron aniquiladas por Arminio: esto obligó a los romanos a retroceder hasta el Rhin. En Oriente, por otra parte, Augusto renunció a los proyectos de César y los sueños de Antonio, pero igualmente trató de enmendar la humillación de Carres y de establecer el dominio romano sobre Armenia, tarea que resultó infructuosa y le costó la vida del mayor de sus nietos, Gayo, el año 4 d.C.



ASPECTOS SOCIALES

Con Augusto, muchos caballeros ocuparán funciones importantes, siendo acusados de aceptar la confiscación de la República por un monarca a cauya causa se dedicarían; la distinción entre caballeros y senadores estaba dada por el ejercicio oficial del poder, pues aquéllos fueron numerosos en los servicios de la República desde el 44 a.C. y esto los preparó para enmarcar la administración imperial y constituir una «nobleza de Imperio», pasando de buenos soldados y eficaces financieros durante la República a excelentes funcionarios en el Imperio.

Los libertos, por su parte, solían ser hábiles financieros e intervenir en los negocios de los poderosos, ocupando funciones tanto financieras como de secretarios y agentes secretos para sus patronos; bajo la República, existían serui publici con funciones importantes en la vida del Estado: con Augusto, los libertos adquirirán posiciones cada vez más influyentes y constituirán los órganos menores de la administración civil y financiera del nuevo Estado.



CONCLUSIÓN

Podríamos afirmar, por una parte, que Octavio estuvo sujeto a las circunstancias y, por otra, que supo aprovecharlas bien y volverlas a su favor. Es un hecho que fue prácticamente obligado a asumir el mando sobre Roma y a no abandonarlo como pretendió el 27 a.C., pero también es cierto que su alianza con el Senado contra Antonio y Lépido, al igual que la posterior configuración del triunvirato con ellos mismos, fue una movida que difícilmente estimaremos como casual. Por otra parte, también es posible afirmar que recibió con justicia el título de Augustus, puesto que en verdad parecía que todo lo que emprendía estaba rodeado de buenos auspicios, aunque igualmente hay excepciones que llegan a ser cruentas, como la muerte de su nieto Gayo en campaña hacia Armenia. Más aún, la estabilidad general alcanzada por el Imperio durante su reinado es motivo de admiración y hace que dudemos en creer que gozó de condiciones favorables heredadas desde el pasado, que sencillamente tuvo suerte o que en verdad era un genio de la administración pública y supo gobernar sabiamente el ingente Imperio que tenía a cargo.

Recapitulando, diríamos que Octavio gozó de una fama excepcional que lo elevó a la condición de Augustus, que detentó un enorme poder tanto sobre Roma como sobre las provincias, que Roma se había vuelto dependiente de él y debía resolver el problema de la sucesión en el poder, que intentó preservar la integridad de la clase dirigente, que adquirió un poder extraordinario y de hecho sobre las provincias y sus habitantes, que dotó de organizaciones propias y romanizadoras a las provincias, que recibió un culto especial, que se preocupó por conocer el «resto del mundo», que pacificó algunas provincias y delimitó algunas zonas del Imperio y que dio mayor importancia a los caballeros y los libertos en su administración. Todo esto forma parte de su magnífica gestión como princeps del Imperio romano.

En fin, lo más admirable del sistema político de Augusto podría ser ese aparente azar bienafortunado que encuentra soluciones adecuadas para los problemas que van apareciendo espontáneamente con el desarrollo de los sucesos en la Vrbs y el resto del Imperio. Esto también hace sospechar acerca de si Augusto tenía un plan de gobierno bien definido o se dejaba guiar, sencillamente, por las circunstancias de cada situación hacia la mejor de las soluciones que hallara en ese momento. Sea de una u otra manera, igualmente podemos hacer una evaluación positiva del gobierno dirigido por Augusto y del sistema creado por él.



BIBLIOGRAFÍA

GRIMAL, Pierre (comp.), 1980, La formación del imperio romano, Madrid, Siglo Veintiuno, trad. por Ignacio Ruiz Alcaín, Marcial Suárez y Antón Dieterich.

GRIMAL, Pierre, 1999, La civilización romana, Buenos Aires, Paidós, trad. por J. de C. Serra Ràfols.

LE GLAY, Marcel, 2001, Grandeza y decadencia de la república romana, Madrid, Cátedra, trad. por Antonio Seisdedos.

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