Originalmente publicado en El Libertario.
El 15 de septiembre, la sonda Cassini se precipitó hacia Saturno para darle término a una misión que se extendió durante veinte años desde que dejó la Tierra. Esta secuencia destructiva no tenía el mero propósito de eliminar el desecho o de evitar la acumulación de basura espacial, sino que resultaba necesaria para obtener datos que no podrían conseguirse de otra manera. La explicación me recuerda un pasaje del Evangelio: «Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto» (Juan 12.24). Me parece que esta concepción cristiana de que la muerte tiene un sentido trascendental es la que ha despertado la admiración mundial por la sonda Cassini.
La Radio Beethoven de Chile ha querido homenajear el espíritu sacrificial de Cassini con una selección de piezas musicales que se compone de piezas incidentales para películas como 2001: A Space Odyssey (Kubrick 1968) y Alien (Scott 1979). Después de haber leído este homenaje — lamentablemente anónimo — , pensé en lo apropiado que habría sido haber tenido un reproductor con un parlante montados en la sonda Cassini para que tocase alguna pieza musical mientras se precipitaba sobre Saturno en su órbita final. Naturalmente, esto no tiene ninguna utilidad práctica. Pero toda la misión de Cassini carece de utilidad práctica para quienes han expresado su admiración por ella. El sentido poético de que la sonda reproduzca una pieza musical que acompañe su caída basta para justificar que efectivamente lo hubiera hecho. Esta idea no es única ni tampoco tan extravagante: no solamente porque las sondas Voyager llevan sistemas de reproducción y música consigo, sino también porque el astromóvil Curiosity reprodujo la canción del «cumpleaños feliz» el 05 de agosto del 2013, un año (terrestre) después de haber aterrizado sobre Marte.
En el vacío del espacio que rodea a Saturno, no tiene ningún sentido práctico reproducir música: no habrá partículas de aire que vibren ni receptores (orgánicos o electrónicos) que recojan estas vibraciones. Pero esto no se trata de un asunto práctico, como ya dije, sino de un asunto simbólico: tenemos que saber que la música fue reproducida y que Cassini cayó sobre Saturno. No hay nadie en la órbita de Saturno que pueda presenciar la caída, pero ella nos emociona de todas formas. Lo mismo ocurre con la música: no es necesario que sea escuchada en las inmediaciones físicas de la sonda para que su sentido poético opere un efecto sobre los mismos que han manifestado su admiración por Cassini. Basta con que sepamos que se precipitó contra Saturno al final de su misión para recolectar datos únicos y que, mientras avanzaba hacia su destrucción, reproducía alguna pieza musical relevante.
Pensando acerca de cuál sería una pieza musical relevante para este momento único y especial, se me vino a la mente el 4to movimiento de la Sinfonía del Nuevo Mundo (Dvořák 1893), pero Tag Hartman-Simkins pensó en otras que considero más apropiadas, por cierto: el 5to movimiento — titulado «Saturno, el portador de la vejez» — de la suite Los Planetas (Holst 1918) o el preludio al 1er acto de Tristán e Isolda (Wagner 1865). ¿Cómo resolver un asunto de tanta importancia en tan poco espacio y con tan poca doctrina como la mía? Quizá convendría incluso pensar en un conjunto de obras más que en una sola pieza, pero esto habría dependido del tiempo con el que habría contado la sonda antes de abrasarse en la atmósfera de Saturno durante su última órbita alrededor del planeta.
«Sobre las cinco estrellas llamadas Planetas, debido a que tienen movimiento propio, dicen que son propiedad de cinco dioses. […] La tercera es de Ares. Se llama Piroente; no es grande; su color es igual a la que está en la constelación del Águila» (Cat. 43). Piroente significa «resplandeciente» según explica el traductor José del Canto (1992): es el nombre que le da Eratóstenes (s. 3ro aC) a Saturno en sus Catasterismos. Lo compara, por su color, con Altair, la estrella más brillante de Aquila. No estamos cerca de alcanzar Altair, que se encuentra a 16 años luz del Sol, pero ya hemos alcanzado e incluso «tocado» Piroente gracias a la sonda bautizada en honor de Jean Cassini (1625-1712).
La propia NASA contribuyó con el fenómeno de admiración mundial sobre Cassini al publicar, en abril, un video relativo a la etapa final en la misión de la sonda, el cual ha sido reproducido casi tres millones de veces. La música del video inspira una atmósfera heroica, épica, a la vez que melancólica: alude a la caída de un gigante o de alguien notable.
Las sondas espaciales merecen tener y llevar sus propias melodías para identificarlas y acompañar sus expediciones. Lo merecen en virtud del espíritu aventurero y heroico que revela la misma música que acompaña el video publicado por la NASA en abril. Si alguno osare cuestionar la utilidad o pertinencia de esta iniciativa, haríamos bien en compararlo con la hermana Mary Jucunda para que reflexione acerca de lo que está diciendo.
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