viernes, 29 de octubre de 2010

Aprendiendo la lengua inglesa



Interactuar usando una lengua distinta de la materna no es algo que pueda llegar a ocurrir de forma automática en el caso de lenguas distantes, como es el caso —no mucho, pero distantes al fin y al cabo— de la española con la inglesa. Falta una semana para que se cumplan cuatro meses desde que llegué a Canberra y todavía no hablo ni entiendo fluidamente el inglés. Mis competencias han mejorado desde entonces, pero todavía no han llegado al grado de la fluidez. Imagino que tal vez habría sido más rápido si hubiese tenido que asistir a clases: así me vería obligado a tener interacciones constantes en la lengua local y no podría quedarme encerrado durante todo el día en la oficina investigando. A pesar de esto, he tenido que arrendar un dormitorio (al principio) y un mini-departamento (desde hace un par de meses), he tenido que comprar y tomar el bus, he tenido que solicitar ayuda en la biblioteca para escanear documentos microfilmados, he tenido que sostener varias reuniones con mi profesora guía y una con el panel de profesores guías (tres profesoras), he tenido (aunque esto fue por voluntad propia) que participar en las sesiones de lectura y traducción de textos latinos y griegos y he tenido que enfrentar otras pequeñas situaciones que me han obligado a caer en la interacción lingüística. Siento que no siempre he logrado darme a entender de la forma tan precisa como me gusta hacerlo en español, pero he logrado mi cometido en la mayoría de los casos. Tampoco hay otra manera de mejorar mis competencias: tengo que conversar con otras personas y tanto mejor si es en una situación que implique la consecución de metas importantes para mí (como comprar una bolsa de pan por ejemplo).

A través de este proceso, he notado ciertas percepciones mías acerca del entorno y de las personas a mi alrededor que, según me parecen, han surgido desde mi capacidad para la interacción lingüística con los otros. Desde un principio, noté que me incomodaba escuchar a los chinos hablando su propia lengua en la calle o en la universidad. También he notado que mi sensación de realidad era difusa en un comienzo y se ha ido afirmando a medida que pasa el tiempo. Y asimismo me costaba entender los nombres de las personas cuando me las presentaban por primera vez y no me animaba ni a saludarlas posteriormente. Todo esto se relaciona con mi propia capacidad de interactuar con los otros y con la capacidad que yo percibo en ellos para interactuar conmigo. Los chinos me causan hasta ahora cierta repulsión a causa de que yo sé que me es imposible interactuar con ellos en su lengua y siento que están descartando cualquier tipo de interacción con otras personas (yo incluso) al utilizar su lengua vernácula en lugar de la lengua local: este sentimiento no se reproduce en ideas racistas ni nada por el estilo, puesto que yo creo conocer perfectamente su explicación y, por lo tanto, no pasa de ser una impresión emocional. Mi sensación de la realidad, por otra parte, viene siendo cada vez más concreta y patente a causa, según me parece, de mi progresivamente mejor capacidad para referirme a ella: no tan solo para nombrar las cosas, sino también para hablar acerca de lo que yo y otros hacemos o podríamos hacer en espacios y tiempos conocidos para todos (y plausibles en nuestra realidad cotidiana). Mi ánimo, por último, para interactuar con angloparlantes era prácticamente nulo en un principio: no quería siquiera tratar de hacer algo que estaba seguro de que no podría hacer bien; todavía no me siento cómodo en todas las situaciones, pero sí me he visto iniciando conversaciones totalmente innecesarias por el puro placer de conversar y creo que lo he hecho porque me he sentido capaz de comunicar lo que quiero transmitir al otro y de entender lo que el otro quiera mostrarme.

Para mí no solamente es interesante ir descubriendo el mundo angloparlante, sino que me resulta muy atractivo tomar conciencia del proceso y de cómo lo experimento. Darme cuenta de que mis impresiones acerca de las otras personas, mi percepción del entorno y mi ánimo para interactuar con otros se hallan en tan íntima dependencia de las competencias lingüísticas me parece sorprendente y lógico al mismo tiempo. Pero, por sobre todo, me hacen sentir más deseos de dominar cuanto antes esta lengua esquiva y aún indómita para mí.

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