οὐδέ τί που ἴδμεν ξυνήϊα κείμενα πολλά
No sabemos que existan en lugar
alguno cosas de la comunidad
Estas palabras le dirige Aquiles a Agamemnón en el verso
124to del canto 1ro de la Ilíada. Lo
hace porque Agamemnón, previendo que perderá parte del botín obtenido en el
saqueo de Tebas (Dardania), solicita que esto que perderá le sea restituido por
los otros príncipes aqueos. Al separar el botín, Agamemnón consiguió a
Criseida, la bella hija de Crises, sacerdote de Apolo, como parte de su
recompensa. Pero Crises, descontento con el destino de su hija, fue a ofrecerle
un rescate para recuperarla. Los aqueos, reunidos en asamblea, estuvieron de
acuerdo con aceptar el rescate y repartirlo entre ellos. Pero Agamemnón, que
era el dueño legítimo de Criseida en ese minuto, no solamente rechazó el
rescate de Crises, sino que lo amenazó de muerte en caso de que volviere a
verlo merodeando las naves de los aqueos.
Ofendido porque aun después de haber ofrecido un rescate,
más impulsado por el poder de los aqueos que por la justicia de ofrecer algo a
cambio de lo que legítimamente le pertenecía, Crises le ruega a Apolo que ellos
paguen con sus flechas las lágrimas que le hicieron derramar. Atendiendo la
solicitud de su fiel sacerdote, Apolo empieza matando algunos mulos y perros.
Disuadido por los animalistas, dirige luego sus flechas contra los soldados y
estos empiezan a morir en números suficientes como para que Aquiles convoque
una asamblea con el fin de que el profeta Calcas, el nieto de Apolo, revelase
la causa de la ira del dios. Calcas acepta, pero le pide a Aquiles que lo
defienda si alguno de los héroes aqueos se siente ofendido por sus palabras: él
sabe que Apolo está diezmando las tropas a causa de que Agamemnón se negó a
recibir el rescate de Crises y a devolver a su hija. Agamemnón amenaza a
Calcas, en efecto, pero se allana a devolver a Criseida y a ofrecer un
sacrificio para Apolo en la ciudad de Crisa.
En este momento, Agamemnón sugiere que, puesto que él está
renunciando a su propiedad para salvar al ejército completo, los demás aqueos
deberían retribuirle con alguna parte de su botín lo que él está devolviendo. Y
entonces Aquiles le pregunta, consternado, «¿Cómo pueden darte otra recompensa
los magnánimos aqueos? No sabemos que existan en lugar alguno cosas de la
comunidad» (Il. 1.123s). El sentido
inmediato de estas palabras es que los bienes repartidos desde el botín
constituyen la propiedad de cada uno de quienes recibieron una parte de él y no
pueden, por lo tanto, ser repartidos nuevamente.
Las palabras de Aquiles, no obstante, van más allá de esta
afirmación e implican que lo propuesto por Agamemnón no solamente sería
injusto, sino que resultaría imposible y descabellado. Aquiles hace estas
implicaciones, sin duda, para otorgarle mayor fuerza a su argumentación, pero
no podemos fundarnos en esta intención para descartar que verdaderamente crea
en lo que está implicando. La actitud de Aquiles frente a esta afirmación no es
meramente retórica, sino que está en el corazón del poema homérico: él cree en
verdad que la propiedad debe ser inviolable y que la transgresión de esta norma
es propia de bárbaros incivilizados, como los cíclopes.
Esta actitud, tan vehemente en Aquiles a la vez que
transgredida por Agamemnón, se contrapone con el hecho de que la propiedad
disputada fue obtenida a través del saqueo. Esta contradicción no es azarosa,
sino que ocupa un lugar importante en la estructura de la trama: nos muestra el
tránsito desde una sociedad que admite el robo a una que valora más el libre
comercio. La valoración del intercambio libre de bienes choca rápidamente con
la concepción de que sea aceptable robar, puesto que esta práctica daña de
forma directa y visible el comercio.
El saqueo, pues, forma parte de las tradiciones de los
aqueos, pero se opone a su nuevo gusto por el intercambio libre de bienes. Un
abrupto desarrollo económico les ha permitido tener suficiente producción como
para intercambiar y comerciar, pero la rapidez del cambio ha significado que
las antiguas prácticas de pillaje subsistan mientras el espíritu comercial aún está
permeando la personalidad del heleno arcaico. Esta oposición del carácter
antiguo y nuevo resulta fundamental para entender no solamente la Ilíada, sino también la Odisea: en esta, Odiseo participa en
tres expediciones de pillaje (dos reales y una ficticia), pero todas fracasan.
Sus intercambios comerciales, al contrario, simbolizados en la recepción de
regalos que le ofrecen nobles extranjeros como manera de garantizar el comercio
libre, resultan exitosos.
En la trama de la Ilíada,
la primera ofensa la han cometido los aqueos al sustraer a Criseida y un botín
desde la ciudad de Tebas (Dardania). Más atrás en la historia, la misma Guerra
de Troya comenzó a causa de que Paris raptó a Helena junto con cuantiosos
bienes desde el palacio de Menelao en Esparta. Heródoto parece tratar de
exculpar parcialmente a Paris, puesto que comienza diciendo que su rapto formó
parte de una serie de raptos de mujeres bárbaras y helenas. Cada rapto implica
un robo, que tiene su correlato de bienes muebles explícitamente mencionado en
los casos de Criseida y Helena.
Sabiendo que había sido despojado injustamente de su hija,
Crises decide ir a reclamarla. Como los aqueos son muchos y están fuertemente
armados, Crises hace algo inusual: ofrece un cuantioso rescate a cambio de que
su hija sea liberada. Tal como suelen exigir los secuestradores de hoy en día,
Crises se adelanta y lleva él mismo una cantidad importante de bienes que
compensen lo que los aqueos perderán al devolver a Criseida. Se trata de una
lógica delictual, pero Crises está dispuesto a admitirla, puesto que es un
hombre práctico y realista a la vez que un padre amoroso y un sacerdote
piadoso. Como Agamemnón rechaza el rescate a pesar de que Crises lo ha ofrecido
sobre la base de una injusticia cometida por los aqueos, la ofensa se
multiplica en el corazón del sacerdote y el valor de su venganza se incrementa
en varias vidas humanas: que los aqueos paguen las lágrimas de él con las
flechas de Apolo, como ruega, significa no que resulten meramente heridos, sino
que varios caigan muertos. Este es el peso del robo que le hicieron.
La asamblea de los héroes aqueos y Agamemnón concuerdan en
cuanto a que las vidas de ellos valen más que la posesión de Criseida como una
esclava y acceden no tan solo a devolverla, sino que a ofrecer ellos una
compensación llevando un sacrificio sobre el altar de Apolo en Crisa. Esta
pérdida que sufren se debe, pues, al saqueo que ellos mismos practicaron en
primer lugar. Dolido por la pérdida, insatisfecho por las condiciones del
rescate y envidioso de los demás héroes que no debieron renunciar a una parte de
su botín, Agamemnón exige que sus compañeros de armas reembolsen su menoscabo
tanto material cuanto honorífico.
No es la obligación de ninguno, sin embargo, reembolsar a
Agamemnón, así como tampoco él estaba obligado a devolver a Criseida en contra
de su voluntad. En este punto, Agamemnón muestra su debilidad moral
completamente: no solo fue capaz de transgredir el principio de no agresión
cuando saqueó la ciudad de Tebas (Dardania) junto con los aqueos, sino que
ahora también pretende transgredir el principio de reciprocidad al sostener que
él puede negarse a entregar su propiedad cuando se la piden, pero los otros
aqueos deben entregarle la suya si él lo exige. Esta actitud indigna de un
príncipe es confrontada por Aquiles, el héroe más grande de los aqueos (y de
Occidente), quien le hace ver a Agamemnón lo injusto que sería repartir otra
vez el botín en vista de que los bienes le pertenecen a cada uno y no al
colectivo.
¿Vale más el honor ofendido de Agamemnón, quien está
acostumbrado a recibir la mayor parte de los botines, o la propiedad privada de
cada uno? El juicio del poema homérico es inconfundible. Este no se expresa
solo en Il. 1.124, sino que está en
el espíritu de toda la Ilíada y de
toda la Odisea y se refleja, además,
en los Trabajos y Días de Hesíodo.
El hecho de que Aquiles caiga en la μῆνις — cólera tanto por su honor ofendido cuanto por haber sido despojado
de Briseida, esclava que obtuvo del saqueo de Lirneso (Dardania), manifiesta el
conflicto que enfrenta la sociedad griega arcaica en su tránsito desde el
pillaje hacia el intercambio. Teniendo los recursos suficientes para comerciar,
los aqueos han llegado a valorar la propiedad privada como un bien de la gama
más elevada, que no puede ser violado ni siquiera en virtud de la ley o las costumbres,
representadas aquí en la asamblea. En efecto, Agamemnón enviará después una
asamblea con los héroes más excelentes y más cercanos a Aquiles para ofrecerle
admirables regalos en compensación por Briseida: al hacerlo, Agamemnón y los
demás héroes, quienes presenciaron en silencio el enajenamiento legal
perpetrado por este en perjuicio de Aquiles, reconocen que no fue lícito
haberle quitado a Briseida, puesto que era de su propiedad.
De la misma manera, la asamblea de Ítaca reconoce ante
Telémaco que los pretendientes no deberían consumir los bienes de su casa, aun
cuando se fundan en la costumbre del cortejo para hacerlo. Penélope denuncia (Od. 18.274-280) que deberían ser los
propios pretendientes quienes llevasen los alimentos que van a consumir mientras
la cortejan en lugar de que ellos consuman los bienes disponibles en la casa de
la mujer cortejada. Aun cuando, como en la Ilíada,
la asamblea de Ítaca se estanca en la inacción mientras Telémaco es despojado
diariamente de sus bienes, ella reconoce que el comportamiento de los
pretendientes es incorrecto porque abusa de y roba la propiedad de un hombre.
Los Trabajos y Días
de Hesíodo confirman el carácter inviolable de la propiedad privada en la
concepción griega arcaica por medio de la denuncia que el narrador hace contra
su hermano Perses por haber sobornado a los jueces a cambio de obtener una
mayor porción de la herencia de su padre. Se trata, como en la Ilíada y la Odisea, de una injusticia perpetrada por medio de la ley y la
costumbre, pero reconocida inconfundiblemente como tal por los poetas: la
expropiación involuntaria y violenta de la propiedad personal.
Son las propias leyes y costumbres utilizadas para despojar
a Aquiles las que fundamentan el ofrecimiento de una compensación por Agamemnón.
Para Aquiles, por lo tanto, este ofrecimiento carece de valor, puesto que está
fundado en las mismas bases sobre las cuales se levantaron las razones para
quitarle a Briseida. El ofrecimiento de Agamemnón, aunque muestra un
arrepentimiento honesto, también manifiesta la incomprensión del transgresor en
cuanto al tipo de ofensa que llevó a cabo. A Aquiles no solamente le molesta
haber perdido parte de su propiedad, la cual sería reemplazada con creces por
los regalos que le llevaron, sino que considera inaceptable que su propiedad
haya sido tomada en contra de su voluntad y que su honor como guerrero haya
sido desconocido al momento de tomarla. Si es posible utilizar la ley y las
costumbres para enajenar la propiedad privada, Aquiles ya no quiere saber nada
esta ley y estas costumbres, puesto que fueron utilizadas para tocar algo más
sagrado que cualquier consenso colectivo: el aparejo personal de un hombre. Por
estas razones rechaza la oferta de Agamemnón, aun cuando esta contenía a la
propia Briseida: Agamemnón incluso juró solemnemente que no tuvo sexo con ella.
Los griegos arcaicos parecen haber tenido una razón
utilitarista para llegar a creer que el pillaje está mal, puesto que este
desincentiva y perjudica el comercio. No obstante, los poemas homéricos y
hesiódico muestran que esta visión utilitarista fue tomada rápidamente como un
principio universal de la moral civilizada: que la propiedad privada debe ser
respetada incluso por encima de lo que prescriban la ley y las costumbres. Y
esta sentencia está bellamente resumida en el verso 124to del canto 1ro de la Ilíada, en el que Aquiles declara «no
sabemos que existan en lugar alguno cosas de la comunidad». Tal lugar, si acaso
existe, ha de estar fuera del mundo o poblado no de bárbaros, sino que de bestias
incivilizadas que no reconocen la autoridad de los dioses: así como el cíclope
Polifemo cuando declara que «¡Oh forastero! Eres un simple o vienes de lejanas
tierras cuando me exhortas a temer a los dioses y a guardarme de su cólera: que
los ciclopes no se cuidan de Zeus, que lleva la égida, ni de los
bienaventurados númenes, porque aun les ganan en ser poderosos» (Od.
9.273-276). No se trata meramente de un estilo de vida civilizado o no, sino de
un rasgo tan básico como la condición humana: si lo tienes, respetarás la
propiedad privada.
Aquiles termina por aceptar el ofrecimiento de Agamemnón y
recibe de vuelta a Briseida junto con otros regalos, pero lo hace porque una
calamidad enorme lo ha herido: su amigo y parigual Patroclo ha sido derribado
por Héctor en la planicie de Troya y este ha tomado como botín la armadura de
Aquiles, que Patroclo llevaba puesta. Ahora Aquiles está ansioso por salir al
campo de batalla y atravesar con su lanza a Héctor para vengar la muerte de
Patroclo: la amargura de la muerte ha causado que olvide la afrenta de
Agamemnón y anhele lavar la tierra con crúor.
Tanto los poemas homéricos cuanto el hesiódico denuncian los
atropellos contra la propiedad privada y defienden los nuevos valores de
intercambio libre: así se observa en los pacíficos y amistosos intercambios de
regalos que son narrados en la Ilíada
y la Odisea. También se observa esta
actitud en la condena de los jueces «devoradores de regalos» en los Trabajos y Días. Encontré, de hecho, un
análisis admirable sobre la concepción de la propiedad privada tanto en Homero
cuanto en Hesíodo en la tesis magistral de Nelson Brunsting (2010), «The Primacy of Ownership and the
Problem of Plunder in Archaic Greece».
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