Originalmente publicado en El Libertario.
Lo que mejor hago
La mejor de mis habilidades complejas es la de escribir artículos de investigación sobre arte y literatura antiguos, especialmente grecorromanos. Esta preciosa y rara habilidad, no obstante, no es rentable: pocos la valoran lo suficiente como para pagar por ella. Se admiran de que exista, claro, y la celebran con palabras amables, pero no comprarían un volumen de una revista especializada ni contratarían al investigador para hacer clases. No es su obligación, por lo demás, financiar esta actividad tan extravagante a la vez que inútil. Por esta razón, no me alineo (léase a-li-NE-o) con mis colegas de ANIP cuando ellos claman desesperados por que el Estado financie sus nuestros caprichos investigativos. No es responsabilidad de los demás — ni directamente ni a través del Estado — sostener una actividad que yo disfruto de manera personal y que no tiene (necesariamente) un valor inmediato en el mercado de intercambio libre.
Debo reconocer que fracasé estrepitosamente este año al tratar de vivir de lo que escribo. No digo que sea imposible, pero lo es para mí: pocos me leen y mis textos no valen la pena. ¿Qué haré al respecto? ¿Saltar al Mapocho desde el Puente del Arzobispo? No soy tan romántico, por fortuna. Este fracaso me convenció, a mediados de año, de que debía rendirme y allanarme, como todos los investigadores, a ingresar en un programa de doctorado y subsistir con la beca de CONICYT (7,8 millones anuales este año). Después de todo, podría conjugarla luego con algún FONDECYT y clases particulares o institucionales.
¿Es real esa opción?
¿En verdad podría? El 4to párrafo del artículo 6.2.1 de las bases del concurso FONDECYT regular indica que «El(la) Investigador(a) Responsable o Coinvestigadores(as), cuyo proyecto sea adjudicado en el marco del presente concurso, y que con posterioridad al 1 de abril de 2018 sean titulares o quienes obtengan una beca conducente a un grado académico financiada con recursos de CONICYT, en cualquier momento de la ejecución de su proyecto, deberá optar entre la beca y su calidad de Investigador(a) Responsable o Coinvestigador(a)». Esto parece indicar, pues, que mis no-tan-malos planes se han frustrado incluso antes de comenzar. Me di cuenta recién esta semana. Menos mal que no me di cuenta después de que hubiere firmado el convenio (!).
¿Cómo me voy a amarrar con un sueldo prácticamente fijo de 7,8 millones anuales durante cuatro años si después volveré a la misma cesantía y desesperanza? Tampoco me inspira mucho ánimo la perspectiva de enseñarles a alumnos de pregrado desganados o insolentes, más preocupados de construir la «educación del mañana» que de hacerse cargo de la propia hoy. Se trata de una manera amarga de malgastar tiempo que podría dedicarse a la investigación. El lego opina que es justo que el investigador traspase sus conocimientos a las futuras generaciones haciendo clases. No se da cuenta, por supuesto, de que uno aporta mucho más y con un alcance mucho mayor escribiendo artículos que ejerciendo docencia. Hacer clases (o cualquier otra actividad de difusión) es una labor a la que ningún buen investigador debería ser condenado. Si le gusta (lo que consideraré extravagante y fruto de una deformación moral), bien por él.
¿Somos necesarios los investigadores?
Así que decidí cambiar de estrategia. Buscaré trabajo en el mundo real para financiar yo mismo (como he hecho durante los últimos cinco años) mi actividad investigativa. Tendré menos tiempo, pero estaré en un entorno flexible que me permitirá mejorar mi sueldo, adecuarme a actividades que disfruto y financiar apropiadamente la producción de los artículos académicos con los que beneficio desinteresadamente al mundo entero. En lugar de quejarse porque los contribuyentes no están siendo suficientemente expropiados (o porque el fruto de esta expropiación no está repartido con conveniencia), mis colegas de la ANIP deberían hacer planes como el mío para financiar de su propio bolsillo una actividad que, si no es rentable, debe ser sostenida directamente por ellos. Quiero evitar las clases en colegios, pues toda la carga laboral de los profesores está fuera del horario laboral y esto me dejaría sin tiempo para mi valiosísima investigación académica.
Mis colegas de ANIP se comportan con una soberbia irreal: actúan como si la existencia del mundo y la vida del género humano dependiesen de ellos. No me extrañaría que atraigan la cólera de Atenea o de algún otro inmortal sobre el conjunto todo de los investigadores. En vano clamaré ese día que yo no tenía la misma actitud de ellos mientras me devora un dragón o soy transformado en delfín. Es cierto que resultamos útiles para la ampliación del conocimiento, pero esta relación no es de determinación: nosotros también necesitamos del mundo y vale la pena que lo reconozcamos y dejemos de exigir que el resto de los mortales nos mantenga. Este honor es exclusivo de los inmortales, a quienes inmolamos las bestias domesticadas, y si algún mortal lo codicia merece lo mismo que sufrieron todos aquellos que quisieron igualarse con los dioses: un castigo ejemplar y doloroso.
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