jueves, 13 de abril de 2017

Criterios académicos: cómo nombrar a los expertos

Originalmente publicado en El Quinto Poder.

Cada día, los medios de comunicación citan opiniones de expertos en relación con diversas materias y se refieren a estos expertos como economistas, historiadores, politólogos, etc. Pero resulta que estos expertos, muchas veces, han obtenido una licenciatura o incluso un magíster en el área respectiva, pero no han publicado ningún artículo académico o libro sobre ella. Artículos y libros son los medios tradicionales para presentar nuevos conocimientos e interpretaciones a la comunidad académica y el mundo en general: es importante recalcar que estos textos aportan conocimiento nuevo y que no existía antes de que ellos fueran publicados. No se trata de meras obras de divulgación sobre el conocimiento adquirido anteriormente ni de obras que den cuenta de indagaciones, por amplias que estas sean, sino de documentos que presentan conocimiento ignorado anteriormente para que sea escrutado por el resto de las personas, en particular por otros especialistas e investigadores.


Un licenciado en ciencias económicas y administrativas es un licenciado, sin duda, pero no necesariamente un economista: este nombre debe estar reservado para quien ha colaborado con conocimiento nuevo en el área de la economía (lo cual tampoco exige el grado susodicho). Tampoco suena elegante decirle jurista a un licenciado en ciencias jurídicas si no ha contribuido con conocimiento o interpretaciones inéditas en esta área del saber.

Yo he hecho clases de gramática y fonología, pero no me llamaría un lingüista. Aspiro a calificarme de tal cuando haya hecho alguna contribución en esta disciplina, pero esto no ha ocurrido aún. Sí he publicado, no obstante, artículos acerca de literatura antigua, por lo cual me atrevo sin bochorno a llamarme filólogo: pero estoy consciente de que mi grado de bachiller en filología no basta para calificarme así. Tengo una licenciatura en educación, pero no estoy ni cerca de ser un experto en ciencias de la educación.

No estoy seguro de si las calificaciones atribuidas por los periodistas resultan pretenciosas o meramente inadecuadas, pero detecto el posible error cada vez que las leo. Consideraría más preciso, por cierto, que los periodistas describieran adecuadamente a la persona que tiene un grado académico y a la que ha hecho una contribución en una disciplina específica.

Me parece fundamental, en este respecto, distinguir entre indagación e investigación, por una parte, y entre obras de investigación y obras de divulgación, por otra. La indagación consiste en recopilar información. Hay quienes describen esta actividad como «investigación»; pero yerran gravemente, puesto que la indagación forma parte de una investigación, sin duda, mas no es la investigación. ¿En qué consiste la investigación, entonces? Se trata de producir conocimiento nuevo. Si un artículo o libro no propone interpretaciones nuevas con respecto a algún fenómeno natural o cultural, dedicándose también a discutir otras interpretaciones anteriores relativas al mismo, no puede considerarse como el resultado de una investigación. De manera similar, una obra de investigación ofrece y demuestra conocimiento nuevo, pero una obra de divulgación solamente informa acerca de aquella investigación. El científico (o académico) no es un divulgador, sino esencialmente un investigador. Aquel científico que deviene divulgador lo hace a costa de su condición de científico y, desde mi punto de vista, con perjuicio para la ciencia, puesto que abandona la actividad principal de él: la investigación.

Si hubiera mayor claridad en relación con estos conceptos entre los periodistas, seguramente habría menos atribuciones indebidas con respecto a personas que ellos llaman pomposamente «geógrafos, historiadores, astrónomos, entomólogos», etc.

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