Originalmente publicado en Globedia.
El secretismo funciona como estrategia para ocultar las mentiras y las infidelidades. No se trata de mera defensa de la privacidad, como podría alegarse inicialmente, sino que de una planificación cuidadosa con el fin de ocultar el comportamiento pernicioso. La defensa de la privacidad es, en efecto, un argumento válido y sumamente fuerte. Su carácter justificado puede hacer inexpugnable la defensa de alguien que se encuentra impugnado de haber mentido o engañado. Pero esta misma actitud se revela como mera estrategia cuando tenemos certeza con respecto a los comportamientos deshonestos o infieles. Resulta delicado distinguir entre una circunstancia y otra porque, por un lado, confrontamos la legítima defensa de quien no quiere compartir información personal; por otro, nos encontramos con la reacción visceral de quien se siente descubierto en su fechoría.
Imagen: Mauricio José.
En realidad, una persona nunca pierde el derecho de negar el acceso a la información que maneja (salvo que se trate de un funcionario público). Pero alguien que se aprovecha de esta situación para tratar de negar lo que uno ya sabe está, sin duda, exponiéndose como transgresor. Así que, teniendo conocimiento de que el comportamiento deshonesto o infiel existió en efecto, los intentos del impugnado para negarlo no hacen más que confirmar su veracidad. Un transgresor lo suficientemente cínico o asustado o alterado en su conciencia insistirá, sin duda, en su inocencia. El problema (para él) es que, habiendo certeza con respecto a la mentira o infidelidad, no hay espacio para la controversia, sino solamente para evaluar la extensión del daño. Y este daño, como cualquier otro, amerita ser reparado o compensado.
El transgresor que no admite su falta puede actuar de forma cínica y expresar disgusto en vista de la acusación que recibe. Está consciente de que la impugnación es fundada, pero finge consistentemente que la rechaza y que incluso lo ofende. El transgresor asustado también es consciente y niega haber incurrido en error alguno, pero al mismo tiempo puede volverse violento si se siente acorralado: tal como los perros y otros animales domésticos. El transgresor de conciencia alertada, en cambio, puede no estar verdaderamente al tanto de que cometió una imprudencia: él cree honestamente que no ha hecho nada reprochable ya porque no interpreta así su comportamiento, ya porque no recuerda lo que hizo.
Como el transgresor tenderá, por alguna de las circunstancias recién expuestas, a no colaborar con la resolución del problema que él mismo ha causado, se hace imperioso presionarlo argumentalmente para que lo reconozca y colabore con la subsecuente reparación o, en cambio, buscar soluciones en las que él no participe de manera activa. Nuestro grado de compromiso con el transgresor definirá si decidimos llegar tan lejos.
Como dije arriba, el respeto de la privacidad resulta incuestionable. Sin embargo, el secretismo puede considerarse un síntoma de que la persona está incurriendo en algún comportamiento perjudicial, especialmente cuando se observa de forma reiterada o cuando no se aclara después de un tiempo razonable.
Resulta importante tener en cuenta las implicaciones del secretismo más allá de la falta que podría estar causándolo. Este comportamiento también señala hacia la inmadurez del sujeto, quien se encuentra incapacitado para identificar y comunicar las necesidades emocionales que lo conducen a mentir y engañar. Y señala, además, al carácter limitado de la persona, quien se muestra inhabilitada para hacerse cargo de sus propias decisiones. Una persona libre y madura se reserva el derecho de compartir la información sobre sí misma, pero no acude al secretismo con el fin de escapar de las consecuencias de sus actos en frente de sus iguales. Esta condición, por supuesto, no se aplica cuando el sujeto se enfrenta con organismos estatales, puesto que ellos no obedecen al respeto de la dignidad humana.
Así que el secretismo, aunque no reviste un problema por sí mismo, debe ser observado con atención cuando ocurre a menudo o cuando deja dudas con respecto a su verdadera motivación. Ayudar a quienes lo utilizan como estrategia es un acto de compasión por aquel que necesita madurar y liberarse de sus limitaciones espirituales.
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